Cuando decidí vivir sin inteligencia artificial durante 48 horas, supuse que afectaría algunas partes de mi rutina. Sabía que no podría ver documentales recomendados por Netflix ni leer correos electrónicos de mercadotecnia escritos por bots, por ejemplo. Con eso podía lidiar.
Lo que no esperaba era que mi intento de evitar toda interacción con la IA y el aprendizaje automático afectaría casi todos los aspectos de mi vida: lo que comía, lo que vestía, cómo me desplazaba.
Emprendí este experimento con el objetivo de comprobar de primera mano hasta qué punto la IA está presente en nuestra vida cotidiana. La mayoría de la gente sabe que acribilla nuestras redes sociales con anuncios personalizados y que hace funcionar los chatbots de las páginas para hacer reservaciones en las aerolíneas. Quería identificar toda la IA que se esconde a plena vista y averiguar cómo sería la vida sin ella. Pasaría dos días como el “Hombre sin IA”.
“¡Buena suerte con eso!”, dijo Jeff Wilser, el presentador del pódcast AI-Curious. “Solía decir que si querías evitar la IA, deberías dedicarte a pastorear cabras en las montañas. Ahora ni siquiera puedo decir eso, porque los pastores de cabras probablemente también la utilizan, a sabiendas o no. Para empezar, comprueban el tiempo, y hoy en día casi todas las predicciones meteorológicas se hacen con IA”.
Mientras investigaba el tema, me encontré con opiniones muy opuestas. ¿Está la IA sobrevalorada, no es más que un corrector ortográfico glorificado, como insistían algunas personas en las entrevistas que me concedieron? ¿O es el descubrimiento más importante desde el fuego (en realidad aún más que el fuego, ya que sustituirá a los humanos), como afirmaban otros?

¿Nos está quitando la libertad de elegir al obligarnos a obedecer algoritmos sesgados? ¿O está mejorando nuestras vidas de mil maneras, como afirma Garrett Winther, director de producto de la empresa de capital riesgo Newlab?
“La gente cree que la IA da miedo”, me dijo Winther, “pero, en realidad, está mejorando nuestras vidas de maneras que ni siquiera notamos, y nos permite respirar mejor. Literalmente”. Citó un reciente programa de IA del estado de Nueva York que utilizó la tecnología para monitorear el aire en busca de anomalías, como fugas de metano.
Primero: definamos qué entendemos por IA
Antes de empezar mi experimento un lunes cualquiera de octubre, tuve que responder a una pregunta fundamental: ¿Cómo debo definir la IA?
Mucha gente asocia el término con la IA generativa, que irrumpió en la escena en 2022. Es la tecnología que produce en masa trabajos universitarios de lengua y confecciona imágenes de clientes sonrientes para anuncios de refrescos. Pero la IA también abarca otros tipos de programas capaces de aprender y evolucionar, incluido el aprendizaje automático, muy extendido desde la década de 2000. Un programa de aprendizaje automático se actualiza a sí mismo o actualiza sus predicciones a partir de nuevos datos. Cuando la aplicación Waze encuentra un atajo a casa de tu hermana, puedes agradecérselo al aprendizaje automático.
Para estar libre de la IA, decidí evitar tanto la IA generativa como el aprendizaje automático. Sería un purista.
El comienzo
Desde el momento en que desperté en mi apartamento de Nueva York el primer día, me di cuenta de que Wilser tenía razón al advertirme sobre la omnipresencia de la IA.
Todavía en la cama, tomé por reflejo mi iPhone para ponerlo frente a mi cara y desbloquear la pantalla. Pero no. El reconocimiento facial funciona con IA. Tecleé mi código de acceso como si fuera 2017.
¿Qué podía hacer con mi teléfono ahora que estaba abierto? No mucho. Ni Facebook ni Instagram: los flujos de las redes sociales están determinados por la IA y plagados de anuncios generados por ella. ¿Y un pódcast? Tampoco. Muchos pódcast utilizan programas de edición de IA para eliminar los “mmm” y los silencios incómodos.
¿Debería leer las noticias? Según una encuesta de Associated Press de 2024, el 70 por ciento de los periodistas afirmaron que sus organizaciones utilizaban herramientas de IA generativa para la investigación u otros fines. Estaría aislado de la actualidad, lo cual podría ser un buen extra.
Revisar mi correo electrónico también estaba prohibido. Gmail utiliza el aprendizaje automático para eliminar el correo no deseado. Guardé el iPhone en un cajón.
En la cocina, mi esposa, Julie, encendió las luces. Yo las apagué.
“¿Estás bromeando?”, preguntó ella con paciencia.
“La red eléctrica utiliza el aprendizaje automático para predecir dónde se producirá la demanda”, le expliqué.
Le ahorré los detalles: que Con Edison introduce datos de más de cuatro millones de medidores eléctricos en un programa propio de inteligencia artificial para evaluar el voltaje y evitar fallos en los equipos, según me dijo un vocero de la empresa.
Le dije a Julie que no había motivo para preocuparse: me había preparado para esa eventualidad comprando un generador portátil de energía solar. Le enchufé una lámpara e iluminé la cocina con orgullo.
Cepillarme los dientes era más difícil, al menos si quería usar agua. El sistema de embalses de Nueva York tiene una herramienta de aprendizaje automático que toma datos de más de 1600 sensores, que combina con datos históricos. Los científicos e ingenieros utilizan esos datos para anticiparse a la demanda y tomar decisiones sobre la reparación de infraestructuras.
Pero yo estaba preparado para mi sequía autoimpuesta. Como una de esas personas que se preparan para el fin del mundo, había estado recogiendo agua de lluvia en un cuenco junto a mi ventana. Lo sé, un poco ridículo. Pero lo absurdo me ayudó a ver el mundo con nuevos ojos. Estaba detectando IA por todas partes, como si tuviera una linterna ultravioleta que revela todos los gérmenes que no podemos ver.
El hecho es que casi todos los objetos en nuestras vidas se ven afectados por la IA generativa y el aprendizaje automático, ya sea en su diseño, fabricación, comercialización o envío. La cuestión ya no es si estas nuevas tecnologías afectan algo, sino en qué grado.
Decidí evaluar todo lo que hay en mi vida en una escala del 1 al 10. Si algo debe su existencia casi por completo a la IA o al aprendizaje automático, como los correos no deseados que atascan mi bandeja de entrada, recibe un 10.
¿Y el árbol que hay junto a mi ventana? El Departamento de Parques y Recreación de Nueva York utiliza autos equipados con escáneres visuales para llevar a cabo un censo de árboles impulsado por IA, que realiza un monitoreo de la salud de los más de 600.000 árboles de las aceras. Así que el arce de mi barrio ha sido tocado por la IA, pero solo de forma tangencial. Su puntuación es de apenas 1 sobre 10. Puedo descansar a su sombra con un poco de culpa.
Trueques para comer
Mis reuniones de trabajo a menudo son a través de Zoom, que utiliza IA para suprimir el ruido, entre otras cosas. Así que me alegró recibir una invitación para reunirme con otros tres autores de no ficción en un restaurante del centro.
¿Qué me pongo? Desde luego, no mis pantalones de corte chino de H&M, que obtuvieron un 4 en mi clasificación. Como muchas grandes tiendas de ropa, H&M utiliza el aprendizaje automático para optimizar las rutas de envío, y sus diseñadores han experimentado con herramientas impulsadas por IA.
Para estar seguro, desenterré un conjunto de la época anterior a la IA: una camisa de flores brillantes y unos pantalones a cuadros que había heredado de mi abuelo, quien tuvo una fase Austin Powers en la década de 1970. No era mi atuendo insulso habitual, y me ponía nervioso.
“En realidad, es el atuendo más cool que te has puesto desde que nos casamos”, dijo Julie.
Suelo consultar el tiempo en el teléfono antes de salir de casa. Pero las aplicaciones meteorológicas utilizan datos de aprendizaje automático. Así que recurrí a una aplicación anticuada: sacar la mano por la ventana. Unos 23 grados Celsius, no hacía falta chaqueta, aunque me llevé un paraguas, ya que no sabía si llovería.
“Si te vas, ¿podrías sacar la basura?”, preguntó Julie.
Lamentablemente, no podía. Para estar seguro, tenía que evitar el contacto con el sistema de saneamiento de Nueva York, que utiliza robots de inteligencia artificial para clasificar la basura y optimiza las rutas de los camiones de basura mediante aprendizaje automático.
¿Cómo llegaría al restaurante? Uber y Lyft estaban prohibidos, ya que utilizan IA para fijar precios, demanda y programación. ¿Y pedir un taxi? Tampoco. Los fabricantes de automóviles utilizan la IA para diseñar piezas, y más de la mitad de los coches modernos vienen cargados con funciones de aprendizaje automático, como los sensores que te avisan cuando te has desviado a otro carril.
Pensé en el subte. La Autoridad de Transporte Metropolitano utiliza software con IA para monitorear los patrones de evasión de tarifas. Y los letreros electrónicos sobre los andenes —los que te dicen que faltan cinco minutos para el próximo tren— están programados con ayuda de IA generativa. Así que el subte recibió un 2 en mi escala.
No está mal. Pero una opción más segura podría ser una bicicleta (no una Citi Bike, que utiliza el aprendizaje automático para predecir la demanda y determinar la ubicación de las bicicletas). En su lugar, tomé prestada la bici de mi hijo del sótano de nuestro edificio.
Desgraciadamente, era probable que cometiera varias infracciones durante mi trayecto. El Departamento de Transporte de Nueva York utiliza el aprendizaje automático para analizar el tránsito y el flujo de peatones.
No obstante, pedaleé por el centro y me detuve en una esquina para examinar un mapa plegable de la ciudad de Rand McNally. Sí, ¡todavía se pueden comprar mapas de papel! Lo cual era bueno, ya que no podía consultar Waze ni Google Maps, que utilizan el aprendizaje automático para localizarte y actualizar tu ruta.
Desdoblé el mapa y luché contra las ráfagas de viento mientras intentaba averiguar qué avenidas tenían carril para bicicletas. Por reflejo, utilicé el pulgar y el índice para ampliar la Sexta Avenida. Bueno, casi. Me di cuenta en el último momento. En cualquier caso, el mapa no tenía esa información. Al no poder volver a doblarlo correctamente, acabé guardando el voluminoso acordeón de papel en la mochila.
Por fin llegué a mi destino, el restaurante Hole in the Wall, en el distrito de Flatiron.
“Gracias por organizar el almuerzo”, susurré al escritor Jonathan Goodman, quien me había invitado.
“¿Por qué susurras?”, me preguntó.
Le expliqué que intentaba evitar interactuar con la IA, y me di cuenta de que había un hombre cerca de mí que traía puestos unos AirPods. Los nuevos AirPods Pro3 de Apple incluyen una función de IA que traduce idiomas en tiempo real. De ahí mi imitación de John Krasinski en Un lugar en silencio.
Durante el almuerzo, hablamos del uso de la IA en la industria editorial, incluidas sus impresionantes capacidades de edición. Dejé de susurrar y esperé lo mejor.
¿Cómo pagaría mi comida? Eso sí que era un problema difícil de resolver. Las empresas de tarjetas de crédito utilizan la IA para detectar actividades fraudulentas, al igual que el cajero automático donde saco dinero.
“¿Aceptan oro?”, pregunté al gerente.
“Lo siento, no”, dijo. “No conozco las tarifas del oro”.
Fue una pena, porque había traído algo de oro conmigo. Mi madre, quien hace joyería, me había dado tres diminutos caballitos de oro de 20 quilates que le sobraron de un collar que había hecho.
“¿No sería el mundo un lugar mejor si todo el mundo pagara con caballitos de oro?”, dijo la autora Bree Groff, una de mis compañeras de almuerzo.
Supuse que el dinero en efectivo era más bajo en la escala de la IA que las tarjetas de crédito, así que pagué con billetes de 20 dólares.
“Vamos a tomarnos un selfie antes de irnos”, dijo Goodman.
“No creo que deba hacerlo”, dije.
Las cámaras de los celulares utilizan IA para determinar dónde enfocar y cómo ajustar la iluminación. Pero yo había venido preparado, tenía una antigua cámara plegable Kodak en la bolsa. La sostuve en alto.
“Todos quédense quietos durante 20 minutos”, bromeó Goodman.
Tomé una foto. O lo intenté. El obturador se atoró.
A decir verdad, la comida del restaurante me había valido varias infracciones. La industria alimentaria utiliza IA en abundancia. Algunas granjas industriales la utilizan para predecir las necesidades de agua y fertilizantes. Y los ingredientes de mi comida habían sido transportados en camión por rutas optimizadas por IA (había pedido huevos revueltos, pensando que una comida de un solo ingrediente requería menos IA).
También estaba el hecho de que mis compañeros de comida habían reservado nuestra mesa en la aplicación Resy, equipada con aprendizaje automático. Además, Parched Hospitality Group, que gestiona Hole in the Wall, utiliza software mejorado con IA para la facturación, las nóminas y los pedidos de comida, según Tom Rowse, director de estrategia de la empresa.
Para expiar mis pecados de restaurante, decidí buscar mi próxima comida en Central Park. Había visto un video de Steve Brill, un recolector conocido como Wildman que lleva recogiendo alimentos en los parques de Nueva York desde la década de 1980. Arranqué varias hojas de plantago (no confundir con los plátanos, que suenan parecido, pero son mucho más deliciosos).
Durante la cena, los probé. Sabían a la tierra de la que habían salido. Borré el sabor con unos pimientos rojos que un amigo había conseguido en una granja orgánica.
Aquella noche, me desplomé en la cama. Por suerte, mi colchón no era uno de esos “colchones inteligentes” que ajustan la firmeza y la temperatura con IA.
Escape del algoritmo
Poco después de despertarme el segundo día, decidí que era hora de ir al cine.
Una gran desventaja de la IA es que puede obligarnos a entrar en silos culturales. Los servicios de emisión en continuo o streaming nos empujan hacia los tipos de entretenimiento con los que ya estamos familiarizados. ¿Te gustó Un lugar llamado Notting Hill? ¡Aquí tienes otras dos comedias románticas de Julia Roberts!
Sustituí el algoritmo de recomendación de Netflix por mi profesor de inglés del bachillerato, un cinéfilo. Antes de mi experimento, le había enviado un correo electrónico para pedirle una sugerencia. Me respondió: “Actualmente estoy reexplorando a Robert Altman: Volar es para los pájaros… guau”.
Había pedido esta película de 1970 en DVD, y ahora la veía en un reproductor de DVD portátil que habíamos descuidado durante dos décadas. Volar es para los pájaros era extraña y digna de ser vista, y me alegré de salir de mi burbuja de Netflix.
Mi siguiente misión fue pasear a nuestro perro. Antes de salir del apartamento, me puse mis gafas de sol antirreconocimiento facial.
Como escribió Elizabeth Daniel Vasquez, defensora de la privacidad, en The New York Times el mes pasado, las calles de Manhattan están vigiladas por miles de cámaras de seguridad, algunas gestionadas por el Departamento de Policía de Nueva York, otras por empresas privadas. Tras un presunto delito, la Policía de Nueva York puede buscar en las grabaciones mediante un software de reconocimiento facial impulsado por IA.
También existe la pequeña —por ahora— amenaza de los sistemas caseros de reconocimiento facial. El año pasado, dos estudiantes de Harvard hackearon unas gafas Ray-Ban Meta para incorporar un software que identificaba a los transeúntes. Así que solo por pasear por el Upper West Side, me arriesgaba a interactuar con la IA.
De ahí mis gafas de sol Ghost. Las había comprado en Reflectacles, una empresa especializada en protección de la privacidad. La montura blanca y las lentes entintadas de amarillo desafían a las cámaras de reconocimiento facial al bloquear la luz infrarroja que utilizan para mapear nuestros rasgos. Me encantaba la sensación de pasar desapercibido.
“¡Eh, Elton!”, me saludó uno de mis vecinos.
Cuando volví a casa, tuve que hacer una llamada, algo complicado, ya que el iPhone utiliza el aprendizaje automático para suprimir el ruido y ahorrar energía.
Julie sacó un teléfono fijo, con cable rizado y todo, de un armario del sótano. No era una solución perfecta —Verizon utiliza IA para predecir daños en sus líneas de fibra—, pero en mi escala de IA ocupaba un lugar más bajo que un teléfono inteligente.
Mi plan era intentar una hazaña hercúlea: encontrar a un ser humano real en el servicio de atención al cliente de eBay que hablara conmigo sobre un pedido perdido. Había pagado por una bicicleta vintage de la década de 1990, que no llegó. Por eso me había conformado con montar en la bicicleta de 2022 de mi hijo el primer día.
Primero, necesitaba el número del centro de operaciones de eBay. Llamé al 4-1-1.
“Ciudad y estado, por favor”, dijo una voz robótica.
“¿Puedo hablar con un ser humano, por favor?”, respondí. Los programas de reconocimiento de voz obtuvieron un 8 en mi escala: funcionan con programas de IA entrenados con millones de palabras habladas.
Momentos después, una voz diferente dijo: “Ciudad y estado, por favor”.
“¿Eres un ser humano?”, pregunté.
“Sí, lo soy”.
“¡Yo también!”.
Silencio. Solicité el número de eBay. Mientras la operadora lo buscaba, pregunté: “Por cierto, ¿qué tipo de gente sigue llamando al 4-1-1?”. Silencio. Entonces una voz robótica me dio el número de eBay.
Las cosas fueron cuesta abajo a partir de ahí. El recepcionista digital de eBay se negó rotundamente a pasarme a alguien que no fuera un robot.
Pasé las últimas horas de mi experimento intentando redactar un borrador de este artículo. No pude utilizar mi MacBook Pro, ya que está cargada de funciones de aprendizaje automático, como una superficie táctil entrenada para ignorar los roces accidentales con la palma de mi mano.
Me puse manos a la obra con una máquina de escribir que había comprado días antes. Me encantaba el sonido mecánico, pero la cinta tenía poca tinta.
Me pasé a papel y lápiz, a pesar de que me preocupaba que los fabricantes de esas sencillas herramientas de escritura estuvieran entre el 51 por ciento de las empresas que utilizan IA en la contratación, según una encuesta de Résumé Builders. Como mi caja de energía solar se había quedado sin batería, escribí a la luz de las velas. Era un poco relajante.
Revisé las notas que había impreso antes de empezar mi experimento. Y aquí es donde debo hacer una confesión: parte de mi investigación procedía de ChatGPT. Formo parte de la mayoría de periodistas cuyo trabajo ha cambiado gracias a la IA. Le di indicaciones como “¿Cómo utiliza la IA el Departamento de Parques?”, lo que me llevó al censo de árboles, por ejemplo.
¿Cómo me sentía en estas últimas horas? Un poco inquieto por lo extendida que está la IA. Me gustaría más transparencia. Me parece importante saber cuándo una imagen o un correo electrónico es generado por IA. Y me gustaría tener más control sobre los algoritmos que influyen en mi vida.
También estoy menos seguro de cómo será el mundo dentro de cinco años, pero más seguro de que la IA participará cada vez más. “Estamos al principio de la era de la IA”, dijo Wilser, el presentador de AI-Curious. En el espectro que va desde las declaraciones de que la IA es un corrector ortográfico glorificado hasta las de que la IA es más importante que el fuego, el proyecto me ha movido ligeramente hacia lo segundo.
Si tuviera que escribir una continuación de esta historia dentro de cinco años, lo tendría aún más difícil. O, como dijo Jeff Crume, un científico que hace populares videos explicativos sobre IA: “¿Te refieres a cuando ChatGPT escriba una secuela de este artículo dentro de cinco años?”.
Buena observación.


