La mujer que cambió su nombre y su fecha de nacimiento luego de descubrir que había sido apropiada: “Es verdad, no soy tu mamá”

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Verónika tiene 51 años, tres hijos y vive en Necochea desde 2020

Sucedió el 26 de agosto de 1974, cerca de las once de la noche, en una casa del sur de Haedo, en la provincia de Buenos Aires. Abel Pérez, policía federal retirado, salió de su domicilio con urgencia después de recibir un llamado. Al regresar lo hizo con un bebé envuelto en una manta. Miriam, su esposa, quedó perpleja: no tenía chupete, mamadera, ni pañales. No la esperaba. Cuando la criatura empezó a llorar, la mujer miró a su marido y le dijo: “Llevála con la mamá”. Él la miró furioso y, antes de golpearla, le contestó: “Vos sos la madre ahora”.

Pasaron 51 años de aquel día y Verónika Jana Burstein reconstruye esa escena como el origen de su vida: una vida usurpada. Fue comprada al nacer —en uno de los consultorios clandestinos que la partera Nilda Civale tenía en Lomas del Mirador anotada con otra identidad y criada por un policía y una maestra en una casa donde reinaban el miedo y la violencia.

Recién cuando cumplió 30 años, su apropiadora le contó la verdad: “Yo no soy tu mamá”. Desde entonces, Verónika inició una búsqueda que terminó con un fallo inédito que le permitió elegir su nombre, su apellido y hasta su fecha de nacimiento. “Tenía una necesidad grande de ser nombrada. No me sentía identificada con el nombre que me habían puesto”, le cuenta a Infobae desde Necochea, donde vive con su pareja, Marcelo, y dos de sus tres hijos.

En la resolución, firmada en 2023, la jueza Mirta Cuadrado señaló que el planteo de Verónika “reflejaba un deseo profundo y un movimiento de reafirmación subjetiva”, y subrayó que el Estado debe garantizar “el derecho de cada individuo a conocer su identidad y sostener su búsqueda de individualización biológica”.

Verónika llegó a la casa de Abel y Mirta a los pocos días de su nacimiento después de ser comprada Durante su infancia, Verónika vivió en muchos lugares. “Nos movíamos de un lado a otro porque mis apropiadores se sentían perseguidos

Entre mudanzas y golpes

De su primera infancia, Verónika recuerda un sinfín de traslados. “Me crié en Haedo Sur, en zona oeste. Ahí estuve hasta los tres años. Después nos instalamos en Devoto, en Capital Federal, y más adelante volvimos para el lado de Haedo Norte, que es donde más residí. Luego nos fuimos a Flores”, cuenta. “Nos movíamos de un lado a otro porque mis apropiadores se sentían perseguidos. Sobre todo él, que sufría de esquizofrenia. Era tratado por un psiquiatra. Tomaba muchas pastillas, se alcoholizaba y se ponía violento, tanto con mi mamá como conmigo”, cuenta.

La inestabilidad se mezclaba con el terror. Abel, el padre apropiador, estaba retirado de la Federal e intentaba sostener sin éxito distintos negocios que terminaban en quiebra. “El sostén económico terminaba siendo mi mamá, que tomaba doble turno en la escuela, y yo quedaba con él. Eso era terrible para mí. A veces encendía la luz de mi habitación de madrugada y me golpeaba sin motivo. De todas las cosas yo era la culpable. Nunca entendí por qué”.

La violencia no era solo física, también verbal. “Aparte de hacerme sentir culpable de todas sus desgracias, él tenía un insulto que hasta el día de hoy trabajo en terapia. Él me decía que era ‘nula’”, dice. “Eso me trajo un montón de secuelas: situaciones de no confiar en mí, de no poder despegar. Por ejemplo, presentarme ante un trabajo y creer que no voy a ser eficiente. Lucho con eso diariamente”, agrega.

En medio de ese contexto, la única figura luminosa fue su abuela materna, Aselda. “Ella era de Santiago del Estero, de un pueblito que se llama Herrera. Según mi apropiadora, ella siempre quiso decirme la verdad, pero no se lo permitían y la mandaban a Santiago del Estero. Cuando volvía a Buenos Aires nos veíamos a escondidas en una plaza en Villa Devoto. Era todo un operativo”, explica Verónika.

Su abuela Aselda fue una figura muy importante para ella.

“Yo no soy tu mamá”

La verdad llegó como un rayo. Fue en 2004. Verónika tenía 30 años, dos hijos tres y seis, y empezaba a reconstruirse después de un divorcio. Su padre apropiador había muerto cuando ella tenía quince, y solo quedaba su madre. Hacía unos meses, dice, había arrancado terapia. En eso estaba cuando, discusión mediante, su apropiadora le escupió lo que intuía desde que era una niña: “Yo no soy tu mamá”, le dijo.

Fue demoledor. “Es como que se me quebró el corazón, lo sentí romperse y, a partir de ahí, una desesperación tremenda. No sabía quién era yo, quién era mi mamá… Parecía una criatura. Me sentí una criatura”, recapitula.

Y sigue: “De repente se me vino todo esto encima. Mi vida, la que estaba armando, y la otra, con treinta años de mentiras, porque empecé a mirar hacia atrás y todo era farsa— dice y hace una pausa—. Igual, dentro de semejante dolor, sentí una especie de alivio: de haber llegado a una cierta verdad”.

Los días siguientes fueron duros. “Empecé a tener ataques de pánico y terminé con psiquiatra. Eso duró nueve meses, pero tuve que pasarlos”, agrega. “Ahora llevo casi diez años con un licenciado, a quien conocí en el Hospital Álvarez, yendo una vez a la guardia. Hacía poco que había perdido un embarazo y no quería vivir más”. De aquel encuentro con el terapeuta Carlos Pérez —con quien todavía sigue trabajando— nació su búsqueda interior y una decisión: reconstruirse desde la verdad. “Entré sin sueños, totalmente tapados estaban. Uno de ellos era venirme a vivir a Necochea. Ahora hace cinco años que resido acá”.

Verónika junto a sus tres hijos. (Desde la izquierda) Bautista, Benjamín y MelinaCon su nieto, Ayrton, de 9 años.

El trato

Con el tiempo, la confesión se amplió. “Me contó que mi llegada había sido un trato con una partera por muchísimo dinero —dice Verónika—. Que mi apropiador había arreglado todo y le había dicho que no hablara nunca, porque le iba a costar la vida: la tenía amenazada. Él era el que no podía tener hijos y estaba empecinado en darle una nena. La noche que me llevó a mi casa yo lloraba y Miriam no sabía qué hacer: ni un chupete tenía. ‘No me sentía tu mamá’, me explicó. Pero se quedó en el silencio”.

La muerte de su apropiadora, en 2008, dejó su búsqueda en pausa. “Ella se enfermó de cáncer y yo estuve a su lado hasta que se fue. Para esa altura yo venía tratando de sanar un poco nuestro vínculo. Me hizo muy bien verla a través de mis hijos, que fueron sus nietos. Después de su partida tuve que reconstruirme y estar al lado de mis nenes, porque me necesitaban un montón. Habían perdido a su abuela”, cuenta.

Recién en 2012, cuatro años después, Verónika se animó a dar el primer paso formal e hizo una denuncia en la Dirección General de Personas Desaparecidas. Seis años más tarde, en 2018, se presentó en Abuelas de Plaza de Mayo: “Fue muy positivo. Le conté mi historia a la chica que me tomó la entrevista y me escuchó con atención. Luego se fue para atrás y volvió con una fotocopia de los artículos 69 y 70 del Código Civil (NdR.: reconocen el derecho a solicitar el cambio de nombre cuando cause perjuicio y a mantener el nombre adoptado si ya se es conocido socialmente con él). Me dijo: ‘Adelante con lo que vos sentís y con tus sueños’. Fue como un impulso”.

A fines de ese año, se cambió el nombre, el apellido y la fecha de nacimiento. “Era una necesidad mía ser nombrada. No me sentía identificada con el nombre que me habían puesto y sentía que no podía continuar. Estaba como anulada. No sé si se entiende: ‘Nula’-‘Anulada’”, explica.

Con su abogada defensora, María Cristina Cipolletti

—¿Por qué elegiste llamarte Verónika Jana?

—Jana me decía mi abuela. Resulta que en Santiago del Estero hay muchos cactus. Los pinches de los cactus se llaman “jana” y, según mi abuela, yo siempre pinchaba hasta lograr lo que quería. Tal vez me lleva un tiempo, pero lo termino lográndolo. Verónica significa “la que celebra las victorias”. Es un nombre que me gusta mucho, siento que pisa fuerte. Quise que fuera con “K” para que tuviera un detalle. No por cuestiones políticas, aclaro.

—Te cambiaste el apellido aun sin haber encontrado a tu familia biológica. ¿Cómo fue ese proceso?

—Justamente por eso mi caso es único. Costó bastante y tuve que hacer varias pericias psicológicas por ese tema, porque querían dejarme el apellido de mi apropiador. Yo les expliqué: “¿Cómo voy a tener el apellido de alguien que me compró y me maltrató? No voy a bajar los brazos, no es un capricho. Yo deseo sentirme nombrada. Para mí es muy importante mi identidad”. Elegí Burstein por una familia amiga de Abel y Miriam. A veces me dejaban al cuidado de ellos mientras vivíamos en Devoto, y eso que yo veía en su casa me gustaba. Se sentía familiar… No sé cómo explicarlo. Fue poco tiempo, pero aportó muchísimo en mí. Hoy no tengo contacto con ellos; lo declaré en un montón de pericias psicológicas. Incluso, en un momento me preguntaron si quería volver a tener contacto y dije que no, que eso era parte de mi pasado, que yo solo quería ponerme ese apellido. Al final me puse Burstein con S —ellos son Bursztein, con SZ— para no tener problemas con nadie. El fallo con mi nombre y mi apellido salió el 5 de diciembre, que era el día del cumpleaños de mi abuela. Fue un regalo de ella: tener mi identidad propia.

—Hasta hace dos años tu cumpleaños era el 26 de agosto y después pasó a ser el 21. ¿El motivo de esa decisión?

—Según el primer relato de mi mamá apropiadora, yo llegué a la casa con cinco días de vida porque ya no tenía cordón umbilical. En su segundo relato, cuando hablamos como una semana después, dijo que podía tener entre quince y veinte días. Así que pedí también un cambio de fecha de nacimiento y me puse el 21 de agosto de 1974. La realidad es que los 26 siempre eran algo tortuosos. Él —Abel— se ponía violento.

—¿Cómo fue el después? ¿Le avisaste a tu entorno que ya no te llamaran por tu nombre anterior? ¿Y el festejo de cumpleaños?

—Fue paulatino. Lo primero que hice fue cambiarme el nombre en el Facebook y después se fue dando. Tuve que renunciar a todo para afirmarme en esta vida. El 21 de agosto de agosto pasado cumplí 51 años: tengo mucha más tela para cortar.

Con sus tres hijos, su pareja, Marcelo, y su sobrino, AyrtonJavier Alejandro Cava su

—Vos fuiste una de las seis querellantes que no pudieron llevar a un segundo juicio a Nilda Civale, la partera que te vendió.

—Sí. La Justicia nos hizo la plancha durante once años y, cuando finalmente se hizo lugar, consideraron que no estaba capacitada para afrontar el debate por “demencia senil”. En ese momento me enojé muchísimo. Fue frustrante, además, porque tuve que hacer un montón de cosas para presentarme como querellante en la causa. Yo presenté mi ADN. Como mi mamá ya estaba en cenizas, tuve que exhumar a mi abuela, para que me realizaran un ADN mitocondrial, y demostrar que no pertenecía a la familia Pérez.

—¿Qué te generó que la condenaran a siete años de prisión?

—Yo me sentí parte de eso. Estuve presente en el juicio que tuvo como querellantes a tres de sus víctimas —Clara Lis, Andrea Fabiana Belmonte y Patricia Guadalupe Uriondo—. Así que la conocí. Fue un shock. Al igual que Clara Lis, lo primero que le miré fueron las manos. Esas manos me arrancaron mi identidad, mi familia, me arrancaron todo.

—¿Seguís buscando a tu mamá?

—Sí, estoy en el Banco Nacional de datos Genéticos. Más allá de que hoy tengo mi identidad propia, no dejo de buscar. Porque una cosa es el derecho a ser nombrada, a elegir quién querés ser y otra es conocer tu origen. Mi sueño sigue siendo encontrar a mi mamá. Cuando conocí a otras víctimas de Civale me encontré con Javier Alejandro Cava, que también había nacido el 26 de agosto de 1974. Teníamos la misma partida, con una hora de diferencia. Su apropiador había ido a buscar un varón y el mío, una nena. Nos autobautizamos “Los Melli”, porque sentíamos que nos unía algo desde siempre. En 2014 viajamos juntos a La Plata para hacernos un ADN, pero dio negativo. Nos abrazamos y dijimos: “Negativo en sangre, positivo en corazón”. Desde ahí nació un vínculo hermoso: era el tío de mis hijos, venía desde Junín a visitarnos… Lamentablemente falleció del corazón en 2023.

Verónika inició una búsqueda que terminó con un fallo inédito que le permitió elegir su nombre, su apellido y hasta su fecha de nacimiento

De chica, cuando alguien le preguntaba cómo se llamaba, Verónika solía inventarse nombres. “El primero que dije fue Cristina. No era un nombre que me gustara, pero no sé por qué decía Cristina. Después lo cambié por Luna, y cuando arrancó todo el tema de los mails, el Yahoo que tenía era con ese nombre. En otro momento fue Zaira. Pasé por un montón de nombres. El rechazo viene de que me lo haya puesto mi apropiador, por alguien que conocía”, recuerda.

Y así quedó expuesto en el fallo que le otorgó el cambio de identidad:

SOY VERÓNIKA JANA BURSTEIN, no como me nombraron mis apropiadores. Estoy en proceso de narrar mi propia historia, de crear mis propias raíces, ya que las verdaderas me fueron cortadas por ellos. Hoy tengo una historia construida con las verdades que me encontré en el camino. Ya no soy Marina Inés Pérez. Yo soy Verónika”.

*Según el banco nacional de datos genéticos, en Argentina hay 14.000 personas que no conocen su origen biológico. Son personas que fueron apropiadas o adoptadas y están por fuera del Terrorismo de Estado, es decir que en caso de haber nacido entre 1976 y 1983, ya se comprobó que NO son hijos de desaparecidos. En el Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, en la Dirección de Personas Desaparecidas, existe un área que se dedica especialmente a la Búsqueda de Identidad de Origen, y son quienes, liderados por Alejandro Incháurregui, acompañan estos procesos donde personas de todo el país se acercan para lograr conocer su identidad.

*Más información llamando al 0800-333-5502 y al +549-221-4204188. Sino por mail: [email protected]