Era intelectual, marxista y fundó una nueva izquierda latinoamericana: la vida de Silvio Frondizi y su muerte a manos de la Triple A

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Silvio Frondizi

Una irrupción violenta en su casa. Un secuestro. Un Falcon verde. Un cuerpo masacrado con saña: cincuenta impactos de bala. Arrojado para ser encontrado. Una firma: la organización que se lo adjudicó poco después. Una advertencia. Un intento de disciplinamiento.

Era 27 de septiembre. Era 1974. El mediodía acaba de correrse para dar lugar a ese espacio temporal que en muchas provincias del país tiene nombre propio y sacro: la siesta. En Buenos Aires quizás solo haya sido el comienzo de una tarde de primavera recién estrenada. En otras versiones del episodio era la noche. Lo cierto es que Silvio Frondizi —67 años— descansaba en su casa de la calle Cangallo —ahora, las trampas de la historia, Presidente Perón—. Su esposa y su nieto de seis meses, con él. La pareja no imaginaba que avanzaban a su encuentro dos Falcon verdes. O quizás sí. Quizás lo habían pensado. Quizás lo temían en secreto sin hablarlo o quizás era un tema recurrente. Lo más probable es que no lo esperaran aquel día, en aquel momento, tarde o noche, en el que estaban al cuidado del bebé.

En un instante, como una estampida incontenible, un escuadrón de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), dirigido por el subcomisario Juan Ramón Morales y el subinspector Rodolfo Eduardo Almirón Sena, se metió dentro. Los golpeó de un modo feroz.

Al advertir lo que sucedía, su hija Silvia y su yerno, Luis Mendiburu —militante de la Juventud Peronista—, que vivían en el mismo edificio —según unas versiones— o estaban ahí de visita —según otras—, intervinieron. Aún así no pudieron evitar que se lo llevaran a la fuerza. En el enfrentamiento Mendiburu quedó herido y murió poco después.

Frondizi fue arrojado en uno de los autos. Uno de los Falcon verdes. Fue llevado a un descampado en Ezeiza donde lo masacraron.

Poco después, el mismo día, la Triple A firmaba públicamente el crimen y daba precisiones sobre dónde había tirado el cuerpo: “Sepa el pueblo argentino que a las 14.20 horas fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de traidores…”. La autopsia mostró cincuenta balazos.

Silvio fue el decimosegundo de catorce hermanos. Le siguieron Arturo, presidente argentino entre 1958 y 1962, y Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires en los años de presidencia de Arturo. En la foto, de izquierda a derecha: Silvio, Liduvina, Arturo y Risieri

Un nuevo intelectual de una nueva izquierda

A mediados de los años 60 Silvio Frondizi dictó un curso de Historia y marxismo en la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba. Estaba brindando una de las conferencias cuando se escucharon tiros: un grupo de derecha disparaba a la puerta de la facultad para repudiar la actividad. Los estudiantes se apuraron para proteger a Frondizi. Él tomó su portafolio de docente, lo abrió y sacó una ametralladora pequeña. Por si las dudas. Cuando la calma se restauró volvió al estrado e hizo su descarga. La que concluyó así: “Aunque sea a los tiros vamos a defender nuestro derecho a difundir el marxismo”.​

Este episodio, narrado por el médico e histórico militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Abel Bohoslavsky —fallecido en 2021 durante la pandemia de covid-19—, quien asistió a aquel curso en Córdoba, quizás logre capturar la esencia de Frondizi. De Silvio Frondizi.

Correntino, había nacido en Paso de los Libres inaugurando el año 1907, en enero. Llegó para sumarse a una gran familia que contaría 14 hermanos. Él sería el antepenúltimo, el número doce —los dos que le siguieron fueron Arturo, presidente de la Argentina entre 1958 y 1962, y Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires en los años de presidencia de Arturo—. Completaban los nueve varones Ubaldo, Américo, Ricardo, Amadeo, Giulio y Oreste. Las cinco mujeres eran Luidina, Tersilia, María Virginia, Isabella y Liduvina. Sus padres, Julio Frondizi e Isabel Ercoli, eran inmigrantes italianos que habían llegado a buscar un mejor porvenir en estas pampas en 1890, desde Gubbio, región de Umbría. Lo consiguieron: la actividad de Julio como contratista de obras y constructor de puentes y caminos les permitió un buen pasar.

En la casa de los Frondizi Julio no era solo el jefe de la tribu, el padre proveedor. Siendo un ateo ferviente —aunque tolerante con el cristianismo de su mujer, que enviaba a los hijos a la iglesia y le prendía velas a la Virgen María— y un lector feroz, se encargaba de cultivar la cultura y el intelecto de sus hijos: promovía debates de todo tipo en la mesa familiar y motivaba a su prole para que estudiara una carrera universitaria.

En 1912 la familia se mudó a Concepción del Uruguay, Entre Ríos, donde los hijos menores comenzaron los estudios primarios y luego los secundarios en el célebre Colegio Nacional de esa ciudad, fundado por Urquiza. En 1923 Julio viajó con sus hijos Silvio y Arturo a Buenos Aires y los anotó en el Colegio Nacional Mariano Moreno. Ahí completaron el bachillerato. Cuando finalizó esa etapa, en 1927, Silvio ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y al Instituto Nacional de Profesorado.​ En estas instituciones se convirtió en abogado y profesor de Historia, respectivamente.

Durante el golpe militar de 1930, encabezado por Uriburu, fue encarcelado junto a su hermano Arturo durante varios días.

En 1938 se instaló en la Universidad Nacional de Tucumán, donde enseñó Teoría política y desde donde escribió los primeros textos que luego se transformarían en el primer libro de una vasta obra: Introducción al pensamiento político de John Locke (1943). En ese momento sus ideas aún se circunscribían al universo liberal-democrático.

En años donde los Gobiernos civiles y militares se alternaban como cartas rojas y negras en un juego de naipes, después del golpe de Estado de 1943, dirigido por los generales Arturo Rawson y Pedro Pablo Ramírez, la Universidad de Tucumán fue intervenida y Silvio Frondizi renunció al Consejo Académico. Tres años después, en 1946, fue cesanteado de sus cargos docentes y se instaló definitivamente en Buenos Aires. En el ombligo del país compartió el estudio jurídico con su hermano Arturo y dictó clases en el Colegio Libre de Estudios Superiores.

En ese contexto efervescente sus ideas políticas sufrieron una metamorfosis. La sociedad argentina inauguraba la grieta que se convertiría en la madre de todas las dicotomías políticas: la división entre peronistas y antiperonistas; con los cientos de matices que nacerían, se bifurcarían y volverían rizoma los años venideros. La sociedad internacional, todavía golpeada y de rodillas, inauguraba la etapa de la posguerra; con el nazismo recientemente derrocado y los pueblos de Europa destrozados, recogiendo las cenizas.

Este fue el marco en el que Silvio Frondizi cambió sus concepciones para crear nuevas. Entre fines de 1945 y comienzos del 46 se paró en la vereda de enfrente del peronismo y también cuestionó a la izquierda tradicional. En un folleto —de los varios que escribió— titulado La evolución capitalista y el principio de soberanía asumió, por primera vez, una postura marxista. Que jamás abandonaría. Allí explicaba que el sistema mundial había ingresado, luego de finalizada la Segunda Guerra, en una nueva era que se caracterizaba por la “trasnacionalización del capital y la consiguiente erosión de la soberanía de los Estados-nación”, así lo cuenta el historiador, docente e investigador Horacio Tarcus —que estuvo vinculado a la izquierda— en su entrada sobre Frondizi del Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas.

A partir de sus análisis y su mirada innovadora sobre la realidad argentina, crítica del peronismo y de las posturas clásicas de la izquierda en los envases del socialismo y el comunismo, Silvio Frondizi abrió un espacio novedoso que llamó —o sus discípulos llamaron— “la Nueva Izquierda Latinoamericana”.

Así cubría la prensa el secuestro de Silvio Frondizi, el 27 de septiembre de 1974

Praxis, MIR, FAA: los movimientos que fueron semilla

Avanzaba la década del 50 cuando Silvio Frondizi, que ya había creado un primer movimiento político llamado Acción Democrática Independiente, creó Praxis, al que luego le antepuso la sigla MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) consolidándose el MIR-Praxis, en el inicio, una agrupación juvenil marxista que estudiaba esta corriente y sus teorías y abogaba por aplicarlas a la realidad política argentina. Allí se formó una gruesa fila de cuadros políticos que alimentaron la izquierda nacional y se implantaron en la comunidad académica. La mayor parte de ellos tendrían roles muy activos en las organizaciones políticas y sociales de los ‘70.

Escribe Tarcus: “Allí [en Praxis] va a forjarse políticamente una nueva generación de militantes —entre ellos: Marcos Kaplan, Ricardo Napurí, Ramón Horacio Torres Molina, Alberto Ferrari Etcheverry, Arturo Lewinger, Jorge Lewinger, José Pepe Eliaschev, Aldo Comotto, Arnol Kremer (seud.: Luis Mattini), Juan Wermus (pocos años después conocido como Jorge Altamira), etc.— cuya principal actuación se dará en las décadas de 1960 y 1970. El grupo, que edita el periódico Revolución (Buenos Aires, 1955-1960), pasa enseguida a denominarse Movimiento de Izquierda Revolucionaria Praxis (MIR-P)”. Cuenta también que además de formarse teóricamente en el marxismo, desde comienzos de la década del 60 sus integrantes desempeñaron un intenso activismo comunal en diferentes puntos del Gran Buenos Aires y de la provincia de Córdoba.

El MIR Praxis generó eco en la región y también cosechó followers y adeptos en América Latina. Así, se convirtió en una de las experiencias teóricas más interesantes de la izquierda argentina y sentó un precedente en los alrededores. “Creemos que en Latinoamérica están dadas las condiciones para una revolución socialista, pero nos faltan todavía algunas condiciones subjetivas. Claro está que el análisis de esta situación significa resolver el grave problema —tal vez el más grave que enfrenta la revolución socialista en el mundo— sobre las relaciones entre masa, partido y dirección”, decía el artífice de este movimiento en 1959.

Mientras la Guerra Fría era el fondo de escenario del mundo y la mancha negra que había dejado la Segunda Guerra Mundial todavía estaba fresca y humeante, los años se prestaban para que los países tuvieran sus propias discusiones y disputas ideológicas y se preguntaran qué sistema querían para vivir. Cuál forma de organización social y política traería mejores condiciones a los habitantes del territorio. Y de todos los territorios. Aunque en el Norte tuvieran otros planes para coartar estos impulsos, estos intentos, de cuajo.

El MIR Praxis no sería el único movimiento que fundaría Silvio Frondizi. Más de una década después también participaría activamente en el surgimiento del Frente Antiimperialista y Antidictatorial (FAA), que presidiría en 1972: otro año bisagra. Esto pariría luego al Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS). Las iniciativas políticas darían un volantazo cuando apremiaba la construcción de una coalición democrática a modo de estrategia frente al regreso del Gobierno constitucional que se avecinaba con la salida de la dictadura de Lanusse y el llamado a elecciones. Como sucedió en muchos momentos de la historia argentina —como sigue sucediendo: a veces a modo de alianza coherente, otras de ensalada de injertos extraños—, se fusionaron entonces algunos grupos de la izquierda marxista con fases del peronismo revolucionario de cara a las urnas de 1973.​ Y Frondizi integraría, con otras figuras, la mesa coordinadora del Frente Antimperialista por el Socialismo (FAS). Pero para esto aún faltaba.

En La Habana

Un año después de que Cuba se cubriera de Revolución, Silvio Frondizi fue invitado a la isla por el Movimiento 26 de Julio —la organización política y militar liderada por Fidel Castro y el Che Guevara para combatir la dictadura de Fulgencio Batista—. Estuvo allí de mayo a junio de 1960, donde tuvo varias reuniones con el comandante argentino. Que le hizo una propuesta: que se quedara en Cuba como rector de la Universidad de La Habana. Guevara sabía que Silvio era el intelectual de la izquierda más innovador del país y de la región por esos días, y quería que hiciera de la universidad de la isla el centro intelectual del continente. Pero Frondizi no aceptó. Dicen que le propuso, en cambio, crear una internacional de partidos revolucionarios por fuera del comunismo desde allí —el MIR argentino que él fundó sería la primera de varias células con el mismo nombre en América Latina.

Lo cierto es que Silvio regresó a Buenos Aires y publicó La revolución cubana. Su significación histórica y también le dio una nueva dirección a la actividad del MIR, que daba lugar a un discurso más popular y menos clasista que el que había sostenido, lo que volcó en el folleto Bases y punto de partida para una solución popular (1961). Esa nueva dirección se tradujo en una crisis al interior del movimiento que se desmembró en varios grupos.

La revolución desde las aulas y los tribunales

Sin movimiento político alrededor Silvio Frondizi se volcó a la docencia, aunque siguió escribiendo y publicando libros y folletos que ensancharon su vasta obra. Desde 1958 estuvo al frente de la cátedra de Derecho Político de la Universidad Nacional de La Plata y en 1962 ganó el concurso de profesor titular de la de Instituciones del Derecho Público en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. En 1963, apoyado por el Centro de Estudiantes, dictó la cátedra de Sociología Argentina Contemporánea en la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

En ocasión de un homenaje en su memoria, Horacio Tarcus recordó su trayectoria académica y su entrega a la tarea docente “preparando sus clases, escuchando a sus alumnos. Hay muchísimos testimonios de que fue un gran profesor”, dijo y destacó: “Fue formador de una generación de izquierda que pasó por sus clases pero también por su organización política y por los grupos de estudio y lectura que coordinaba”.

“Sus alumnos siempre recordaron muy bien a ese hombre alto, algo encorvado, que hablaba rápido y con potencia”, se lee en un texto, también homenaje, de la Universidad Nacional de La Plata.

Cuando el golpe de Estado de 1966 derrocó a Arturo Illia e inició la dictadura cívico-militar autodenominada Revolución Argentina, Frondizi renunció a sus cargos y se dedicó a la defensa de presos políticos y gremiales. Cuando los militares estaban en retirada y se asomaba un nuevo Gobierno peronista, dirigió el periódico Nuevo Hombre —expresión política del PRT, de quienes era prácticamente parte o al menos muy cercano— que se publicó entre 1972 y 1973. En este tiempo fue blanco de presiones, amenazas y censuras.

De cara a las elecciones de 1973 la dirección del Partido Revolucionario de los Trabajadores sopesaba una posible fórmula: Agustín Tosco – Silvio Frondizi. Pero terminó por ser contactado por el político Jorge Enea Spilimbergo para proponerle que se presentara como candidato a senador extrapartidario por el Frente de Izquierda Popular (FIP).

De todos modos, el principio del fin, lo que lo pondría en la lista negra que había dado a conocer la Triple A, fue su tarea como abogado defensor de militantes y presos políticos. La que desempeñó como miembro de una comisión de abogados coordinada por Rodolfo Ortega Peña, a quien le aguardaba el mismo destino.

Nota del diario La Opinión sobre el asesinato de Silvio Frondizi a manos de la Triple A

La caída

Fue un tipo que se jugó la vida y sabía que se la jugaba. Hay un montón de testimonios de compañeros que he recogido que le decían: ‘Andate del país’. Recibió amenazas, le pusieron bombas en su estudio, y él creyó que su misión era la de combatir hasta el final”, recordó Horacio Tarcus cuando la agrupación Barrios por Memoria y Justicia colocó la baldosa restaurada, que señaliza el lugar donde lo secuestraron, en la puerta del que fuera su domicilio, en el barrio de Almagro, en 2024.

Un mes antes de que la Triple A lo asesinara, en agosto de 1974, el Ejército Revolucionario del Pueblo (brazo armado del PRT) intentó tomar el Regimiento de Infantería Aerotransportada N° 17 de Catamarca. El operativo fracasó y catorce combatientes fueron capturados y fusilados en lo que se llamó la masacre de Capilla del Rosario, un asesinato que las fuerzas armadas disfrazaron de enfrentamiento. Fórmula que —como el secuestro, como el Falcon verde— pronto se masificaría.

Silvio Frondizi viajó a la provincia y asumió la defensa de los combatientes detenidos, como lo hacía con otros presos políticos en lo que se había convertido en la tarea más importante de su vida. Cuando regresó a Buenos Aires, denunció en conferencia de prensa lo que había sucedio: la tortura y la matanza. Y responsabilizó de eso a las fuerzas comandadas por el general Benjamín Menéndez y al entonces jefe de Policía, comisario Alberto Villar. Esa fue su sentencia de muerte.

Aunque hacía tiempo que, gentilmente, le acercaban advertencias: meses antes de estos hechos había sufrido atentados en su estudio jurídico. Y su nombre figuraba entre las futuras víctimas que había dado a conocer, sin escrúpulos, la Alianza Antiomunista Argentina.

Muerto el rey, y con una reina casi de plastilina, la siniestra organización de la derecha peronista, que actuaba bajo las órdenes y el auspicio del hechicero al frente del Ministerio de Bienestar Social —una paradoja digna de Orwell— con las complicidades necesarias, tenía luz verde para hacer a su antojo.

En enero de ese mismo año, la Triple A había publicado una lista negra que condenaba a personalidades políticas, intelectuales, de la cultura, activistas, obreros, estudiantes, defensores de derechos humanos. Personas que serían “ejecutadas inmediatamente en donde se las encuentre”.

Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Agustín Tosco, Rodolfo Puiggrós, Rodolfo Ortega Peña, Julio Troxler y Silvio Frondizi eran algunos de los que figuraban en el catálogo de la muerte. Una advertencia. Un intento de disciplinamiento.

Aunque se calcula que el número de víctimas de la Triple A ronda las 1.500 o 2.000 personas, quienes fueron heridos y torturados, asaltados y amenazados entre 1973 y 1976 son incontables. La organización paramilitar tenía una meta clara: amedrentar a las izquierdas. Sembrar el terror. La advertencia. El disciplinamiento que conduce al sometimiento.

Quizás aquel 27 de septiembre de 1974 cuando escuchó el ruido inconfundible de la violencia paraestatal en su puerta lo supo de inmediato. No era el primero de su círculo.

Dos meses antes había sido Ortega Peña. Defensor de presos políticos, como él. Amenazado, como él. Negándose al exilio, como él. Fue acribillado —como lo sería él— dentro de un taxi, cuando viajaba con su esposa, en la intersección de las calles Arenales y Carlos Pellegrini. Fue el primer asesinato que la Triple A firmó.

Siete días antes que él había sido Julio Troxler —conocido dirigente peronista y sobreviviente de los fusilamientos de José León Suarez—, otro de los fusilados que vivía. Y que lo hizo hasta aquel día de septiembre de 1974 en el que fue secuestrado en las inmediaciones de la facultad de Derecho y acribillado por la espalda, como hacen los cobardes, junto a un paredón del ferrocarril Roca en Barracas. Ese día también, como si saldaran un encuentro pendiente con el destino del que Troxler había escapado dos décadas atrás, la Triple A se adjudicó el asesinato acusándolo de “bolche y mal argentino”.

Es muy probable que aquel 27 de septiembre de 1974, cuando escuchó el ruido inconfundible de la violencia paraestatal en su puerta lo haya sabido de inmediato.

Baldosa restaurada y colocada en 2024 por la agrupación Barrios por Memoria y Justicia en el sitio donde vivía Frondizi, en Almagro

Su velatorio, multitudinario, fue en el Aula Magna de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). El domingo 29 de septiembre, cuando el cortejo fúnebre acompañaba el cuerpo hacia el cementerio de la Chacarita, fuerzas policiales al mando de Alberto Villar —uno de los líderes de la Triple A— secuestraron el féretro durante algunas horas.

Después de su muerte, su esposa, Pura Sánchez Campos, y sus dos hijos, Isabel Silvia y Julio Horacio, se exiliaron en Italia.

En el acto de colocación de la baldosa restaurada, Horacio Tarcus destacó la trascendencia de las ideas de Frondizi en los debates de la izquierda de entonces: “Él pensó cosas muy originales, habló de movimientos sociales cuando era algo raro, nadie hablaba en la década del ‘60 de movimientos sociales por fuera o más allá de los partidos políticos. Habló de la globalización cuando todavía no tenía ese nombre; decía que después de la etapa imperialista del capitalismo había una etapa de integración mundial”. “Se estaba anticipando a pensar fenómenos contemporáneos con una gran autonomía, autoridad, inteligencia”.

En la exposición realizada también en 2024, en el homenaje a Silvio Frondizi por los 50 años de su muerte organizado por la cátedra libre Alejandro Korn de la UNLP, la Universidad Popular Alejandro Korn y la Biblioteca Popular Francisco Romero Delgado, el abogado, docente y cientista político Ramón Torres Molina, quien además tuvo a Frondizi de maestro, dijo: Silvio Frondizi actuó como abogado en varias causas pero, básicamente, era un militante político. Siempre lo fue y lo era en ese momento. Están los testimonios de Luis Mattini [N. de la R.: un militante de izquierda y dirigente del ERP fallecido en 2024] donde expresa que lo entrevistó y le ofreció salir del país con el apoyo del PRT. Y él dijo: ‘Sería traicionar mis principios. Si yo he sostenido la necesidad de una revolución en nuestro país y he formado gente en ese sentido, no me puedo ir’”.

“Silvio Frondizi fue un militante, directamente o indirectamente, del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Asumió, con esa definición, el camino de la historia más allá de la coyuntura, más allá de los aciertos o errores que se tomaron en ese momento. Lo asumió con todas las consecuencias que implicaban esas decisiones, mirando las posibilidades de cambio en un camino histórico hacia la liberación de la patria. Fue asesinado por militante político por la Triple A. (…) Silvio Frondizi fue muerto por ser consecuente con sus ideas, por su conducta. Fue muerto por revolucionario”.

“La lucha no se libra en el Congreso sino que la libran los propios trabajadores”, se escucha decir al intelectual con una voz lejana y algo áspera en un video homenaje titulado Fragmentos del 74: memorias de Silvio Frondizi. “Solo el pueblo salvará al pueblo, no debemos olvidar eso”.