El poder secreto de los hobbies: cómo entrenar la alegría para la vida que viene

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En Buenos Aires ya funcionan clubes de memoria y talleres de ajedrez para mayores en barrios como Villa Urquiza o San Telmo que buscan prevenir el aislamiento y fortalecer la reserva cognitiva (Freepik)

Mis hijos estallaron en una carcajada cuando me escucharon decirle “opíparamente” al mozo que preguntó cómo habíamos comido. Yo solo pensaba: comer con abundancia, doce letras. Y siguiendo con la O: palabra que reproduce el sonido que nombra. Once letras. Onomatopeya. Encontrar la palabra justa es mi superpoder, y el de todas las que crecimos haciendo crucigramas en el colectivo, en las tardes eternas de verano y, ahora, en las noches en vela.

Crucigramas, rompecabezas, juegos de cartas o de mímica tienen algo en común con tejer o trabajar en el jardín. Son pasatiempos, hobbies, que tomamos como algo secundario en nuestra vida adulta y vamos dejando de lado porque lo que importa es el trabajo, el tiempo productivo, las metas a alcanzar. Hasta que un día ya no hay hijos que cuidar u horarios que cumplir y nos damos cuenta de que el día es larguísimo y no sabemos cómo llenarlo. No estás sola ni deprimida: estás aburrida.

En septiembre de 2023, un equipo del University College London (UCL) publicó en Nature Medicine un análisis de datos de más de 93.000 personas mayores de 65 años en 16 países. Encontraron que quienes mantenían hobbies —desde manualidades hasta clubes de lectura— tenían menos síntomas depresivos, mejor salud autopercibida y mayor satisfacción con la vida. Los autores concluyeron que los pasatiempos no son un lujo: son un factor protector del bienestar mental en la vejez comparable al ejercicio moderado. Investigadores en neurociencia han demostrado que la participación habitual en crucigramas en la vida adulta tardía puede retrasar el inicio del deterioro de la memoria acelerado en 2,54 años, independientemente del nivel educativo o de otras actividades cognitivas. No es magia ni marketing: es gimnasia mental.

Armar rompecabezas tiene la lógica de un trabajo de investigación. Encontrar primero el marco, luego las piezas que forman figuras, agrupar las que tienen el mismo color. A medida que pasan los días ya podés distinguir los tonos y darte cuenta fácilmente de que ese celeste es del cielo y es muy distinto a este del mar, aunque para un novato sea el mismo. Hay algunas enseñanzas para la vida: lo que no encaja, no encaja, no podés forzarlo. Hay piezas clave que son las que unen dos grupos y te permiten ver la forma. No falta ni sobra ninguna, no desesperes. Al final, cada una encontrará su lugar. Pero, además, la neuropsicología señala que armar puzzles involucra múltiples habilidades cognitivas —memoria de trabajo, percepción visoespacial, atención sostenida, planificación— y que quienes practican de forma continua obtienen beneficios cognitivos más visibles que quienes lo hacen esporádicamente. Incluso con apps de rompecabezas digitales se observaron mejoras en memoria, atención ejecutiva y funciones perceptuales. En otras palabras, mientras yo me distraía con el puzzle, mi cerebro hacía musculación silenciosa de sinapsis y neuronas.

Un estudio demostró que los pasatiempos como jugar juegos de mesa, tejer o hacer jardinería son un factor protector del bienestar mental en la vejez comparable al ejercicio moderado (Freepik)

Los especialistas en longevidad advierten que esta generación será la primera que viva más años y que es consciente de que debe cuidarse. Pero eso no se improvisa a los 70: se entrena desde antes, como un músculo. Es vitaminas, proteínas, caminatas, musculación, y pasatiempos. El ocio no es un descanso de la vida: es la vida ensayando su próxima etapa. Un experto en envejecimiento activo que entrevistaron en The Economist lo sintetizó así: “Los pasatiempos y la participación social son factores protectores tan potentes como la actividad física o la dieta”. No es poesía, son datos.

Siempre me impresionó cómo con nuestros hijos recuperamos algo del juego: armamos torres de bloques, puzzles, hacemos títeres. Pero apenas ellos crecen, lo soltamos. Paradójicamente, los mismos juegos que fortalecen la mente infantil pueden sostener la mente adulta envejeciente. En Japón hay centros comunitarios donde los mayores se juntan a hacer puzzles, talleres de caligrafía y jardinería: ejercicios para las manos, la memoria y la conversación. En Inglaterra, huertas comunitarias en barrios populares se usan como prevención de depresión y aislamiento.

Como la vieja Mocinha de Clarice Lispector, en su cuento “Viagem à Petrópolis”, que sale a pasear por Río “para ir conociendo la ciudad”, el ocio también puede ser una práctica de atención y descubrimiento del mundo. No siempre son hobbies manuales: a veces es el simple acto de caminar, mirar, estar presente.

En Buenos Aires, por ejemplo, ya funcionan clubes de memoria y talleres de ajedrez para mayores en barrios como Villa Urquiza o San Telmo que buscan prevenir el aislamiento y fortalecer la reserva cognitiva. A veces nos ponemos propósitos demasiado altos, como iniciar ya grandes una carrera universitaria y, en realidad, nuestras mentes ya se fortalecerían muchísimo compartiendo charlas en una tarde de tejidos o recordando nombres de películas con amigos en un torneo casero de Dígalo con Mímica.

Un estudio concluyó que las personas de más de 65 que tenían algún hobbie mostraban menos síntomas depresivos, mejor salud autopercibida y mayor satisfacción con la vida (Freepik)

Durante años priorizamos la agenda productiva. Reuniones, deadlines, mails. De casa al trabajo y del trabajo a casa fue una consigna organizadora de la vida argentina durante el siglo XX. “Perder el tiempo” en actividades que no generaban valor económico o de cuidado a otros era de jóvenes o de hippies. Un día dejamos de correr y de vivir con urgencias y descubrimos que lo que verdaderamente nos queda y organiza nuestras rutinas y nuestro día es aquello que fue marginal hasta entonces: las horas en el jardín, el momento para el crochet, el encuentro con amigos para jugar a las cartas o el cuadro que finalmente vamos a animarnos a comenzar a pintar.

La JAMA Network Open publicó un meta-análisis que siguió a casi 80.000 adultos mayores de Europa, Asia y América del Norte. Los investigadores observaron que quienes dedicaban tiempo de forma regular a actividades de ocio tenían un 29 % menos de riesgo de mortalidad global que quienes no lo hacían. La conclusión es contundente: los hobbies prolongan no sólo la vida, sino los años de vida saludable.

Ahí entran los pasatiempos como aliados. Clubes de lectura que aumentan la reserva cognitiva; grupos de canto coral que mejoran la función respiratoria y el ánimo; talleres de cerámica que, además de creatividad, entrenan la motricidad fina. Incluso actividades tan “menores” como tejer o hacer crochet activan circuitos neuronales de planificación, secuenciación y memoria de trabajo. No es casualidad que en países nórdicos se multipliquen los talleres de manualidades para adultos mayores: no son hobbies, son gimnasios de habilidades.

Cuando meto las manos en la tierra para trasplantar macetas, siento que me conecto con algo muy antiguo. “Plantar es pensar con las manos”, decía mi abuela. Y la ciencia lo confirma: una revisión de múltiples estudios mostró que la jardinería tiene un impacto positivo significativo en el bienestar mental y en la calidad de vida. Otro trabajo comprobó que las personas que mantuvieron un jardín durante un año reportaron menos ansiedad, mayor actividad física y cambios en la dieta (más fibra), en comparación con quienes no jardinaron. No es solo cuidar plantas: es cuidar neuronas.

El ocio no es un descanso de la vida: es la vida ensayando su próxima etapa (imagen ilustrativa Infobae)

En 2022, un estudio longitudinal en China con miles de participantes mayores de 60 años mostró que participar frecuentemente en actividades recreativas aumentaba significativamente la probabilidad de “envejecer con éxito”: mejor funcionalidad física, menos síntomas depresivos y mayor interacción social. Los autores destacaron que los beneficios eran mayores cuando las actividades combinaban estimulación cognitiva y social, como jardinería comunitaria, juegos de mesa o voluntariado.

Confieso que como toda la Generación X tengo cierta compulsión con las pantallas. No somos nativos digitales, pero demasiado rápido incorporamos el hábito de estar permanentemente conectados. Cuando dejé de tener jornadas maratónicas, creí que “descansar” era mirar series sin parar. Y es cierto que las pantallas entretienen, informan, acompañan. Pero hay una diferencia entre ver The Crown y aprender a bordar una corona: en una sos espectadora, en la otra sos protagonista. Los neurólogos advierten que el exceso de tiempo pasivo frente a pantallas ofrece un bombardeo de estímulos sin que tengamos que intervenir. Eso no entrena la memoria ni la atención sostenida; al contrario, la atrofia. ¡Eso sin mencionar nuestra espalda y nuestro cuello! Para mantener la mente activa necesitamos desafíos, decisiones, movimiento, interacción. No se trata de demonizar las series o las aplicaciones, sino de dosificarlas y complementarlas con actividades donde el cuerpo y el cerebro estén en juego.

En el cine y las series argentinas y latinoamericanas también hay pistas de esta vitalidad. Recuerdo a Graciela Borges en Las Manos Vacías riéndose con amigas y saliendo de noche como si la edad no existiera, y la veo ahora seguir con esa rutina. ¿Hay alguna edad para un buen vino o una carcajada? Las abuelas de Esperando la carroza tejiendo y chismoseando en la cocina mientras todo arde alrededor. Hasta en El hijo de la novia, Norma Aleandro le pone ternura y dignidad a una mujer mayor que, aun con su fragilidad, sigue siendo el centro afectivo de la familia. Son escenas que parecen costumbristas, pero esconden un mensaje: la vida activa y creativa no se jubila.

A veces me descubro un sábado a la tarde con la agenda vacía y me pregunto: “¿Esto es aburrimiento o es soledad?”. Y me acuerdo de algo que escuché a una psicóloga gerontóloga: “El tiempo libre sin hábitos puede volverse un agujero negro”. Mi madre hace todavía listas de actividades antes de levantarse de la cama. Tiene que saber en qué va a ocupar su día. No es que los días se vuelvan más largos cuando dejamos de trabajar o cuidar familia, es que se vacían de costumbre. Por eso necesitamos entrenamiento en hobbies: que las manos busquen la lana o las tijeras casi solas, que la mente pida un crucigrama como pide un café, que el cuerpo sepa cuándo salir a caminar o cuándo arrodillarse ante una maceta. El ocio no es tiempo muerto: es tiempo vivo que se ensaya antes. Si llegamos a los setenta sin haber practicado, corremos el riesgo de confundir libertad con vacío. Pero si llegamos con juego, pasatiempo y curiosidad, ese mismo tiempo puede ser nuestro mejor aliado.