El extenuante camino de la fe: historias de los devotos que marcharon 60 kilómetros para agradecerle a la Virgen de Luján

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Una pareja se abraza en silencio al entrar a la Basílica de Luján después de caminar 60 kilómetros desde Liniers

El dueño de la santería Sagrado Corazón mira las torres de la Basílica de Luján, ubicada en la vereda de enfrente de su local, y aprieta los labios con devoción. Está de pie, quieto, acompañado por una mujer que envuelve con ambas manos una pequeña escultura de la Virgen en una especie de rezo total.

Detrás de ambos, un río humano de feligreses, personas bañadas en fe, hacen los últimos metros del sacrificio de cada septiembre. Llevan demasiadas horas andando.

Llegan transpiradas y estoicas, caminan con dificultad, algunas en lágrimas, otras ensimismadas, hay quienes improvisaron bastones en el camino, muchas sonríen o incluso tienen energía para cantar. Excepto los prudentes que se untaron protector, traen los cuellos rojos y los muslos y las rodillas estalladas por el sol tropical que iluminó Buenos Aires este sábado peregrino. Los tobillos también están inflados y las espaldas, dobladas.

El de la santería mantiene la mirada al cielo y ahora estira su brazo derecho hacia lo más alto del imponente templo dedicado a la patrona nacional. En su mano sostiene un posnet blanco, que recortado en el cielo parece una ciberpaloma.

La caminata bajo el sol tuvo la asistencia de postas con agua

La imagen, en efecto, se intuye como un ruego a Dios para que envíe un cachito de señal que le permita cobrar los 15 mil pesos que sale la virgencita. Y sucede: un ticket emerge en segundos de las entrañas del aparato.

Es la hora pico de la 51 peregrinación juvenil a Luján, sábado al atardecer y en la plaza y las calles que rodean la iglesia decenas de miles de personas caminan a su alrededor, un cauce incalculable de peregrinos -de todas las edades, porque hay jóvenes de hoy pero también jóvenes de ayer y de mañana- que empezó a manifestarse ya en la noche del viernes y discurrió hasta la mañana del domingo.

La Virgen de Luján convoca multitudes a su lugar sagrado todos los años. Se dice que en 2024 llegaron al templo un millón y medio de personas. Y esta vez es especialmente conmovedor porque es la primera edición sin Jorge Bergoglio, el papa Francisco, en vida.

Santiago Fratalocchi, con los pies en una palangana: fue su caminata número 40

Peregrino de las periferias, el cura de Flores que llegó a Roma solía caminar los 60 kilómetros que separan el santuario de San Cayetano, en Liniers, con la Basílica.

“He caminado con él cuando era un curita más. Y hoy pensé mucho en Francisco cuando salimos de Liniers. Estamos con él. Y él está entre nosotros”, comenta Santiago Fratalocchi, peregrino de la parroquia María Reina de Munro, en un descanso en la plaza de Morón.

Esta es su caminata número 40. “Consecutiva, empecé a los 14, tengo 57 y nunca paré”, sonríe con los pies metidos en una palangana llena de agua e hielo.

“Puedo hacer el trayecto en ojotas -señala un par de crocs verdes- porque no es un tema de fuerza, como le explico a todo el mundo, es un tema de fe. O sea, por fe caminamos todos”, explica.

La fe mueve montañas. Al menos montañas de personas que marchan en comunidad al costado de la línea Sarmiento del ferrocarril. Algo fascinante tiene este sacrificio: aquí no hay diferencias.

Mariano y Flor, de Avellaneda:

Todos somos iguales. Tal vez yo tengo unas zapatillas más altas que el de al lado, pero nada más, vamos todos en un mismo sentido, y eso es lo lindo”, remarca Mariano Uccellatore, economista de treinta y pico, que salió desde su casa en Avellaneda a las 23 del viernes y llegó, extenuado, cerca de las 11 a Luján, donde lo esperaba con el auto Flor, su pareja. “No soy creyente pero me gusta compartir esta experiencia con tanta gente”, explica.

Feligreses o no, acá son todos iguales. Salvo los que hayan decidido arrancar más adelante por una cuestión de límites en su resistencia corporal, los que arrancaron en Liniers habrán caminado al llegar a la Basílica entre 12 -los más preparados- y 20 horas con, en general, cuatro paradas principales: Morón, Merlo y la última antes de llegar, General Rodríguez. Tramos que pueden hacerse eternos con 33 grados de sensación térmica como hizo durante la tarde de ayer.

“O sea, uno tiene puesta la fe en nuestro Señor Jesucristo y en la Virgencita que nos espera allá en Luján. Y llevarle todos esos que vas a ver pegados ahí -señala un carrito con fotos-, que son milagros. Personas con enfermedades graves, chiquitos que se han recuperado de cáncer”, narra Santiago para explicar por qué no existe el cansancio en la mente del peregrino.

Si se le preguntara a todos los que caminan a Luján, la proporción de quienes respondan “para agradecer” sería probablemente de 8 sobre 10. Por la salud o por el trabajo o por un amor o por el deseo de un hijo o el éxito de un equipo de fútbol.

Erika vino a agradecer por la salud de su perro Clemente Rodríguez: aceptó posar junto a un peregrino hincha de River

Es el motivo principal. Erika, que llegó de Villa Trujui envuelta en una camiseta de Boca con estrellas doradas, trae un papelito con fotos impresas de su perro Clemente Rodríguez: “Hace dos años sufrió un golpe de calor, quedó atrapado en un alambrado y estuvo al borde de la muerte. Prometí que si se salvaba vendría agradecerle a la Virgen”.

La mujer se emociona. Es la segunda vez en su vida que viene. “La otra fue después de que le pedí mucho a la Virgen que River se fuera a la B y cumpliera”, dice y larga una carcajada que oscila entre la vergüenza y la picardía.

Juan Janco Mollo, jubilado de 75 años, se subió a su bici celeste durante la madrugada en el barrio porteño de Barracas y tiene pensado pedalear hasta Luján. También para agradecerle a la Virgen. No trae ningún pedido.

Juan Janco Mollo, de 75 años: pedaleó desde Barracas

“¿Cuándo sale tu nota? Porque no le dije nada a mis hijos. Me matan si se enteran que vine en bici y con este calor, pero a mí no me importa», cuenta mientras una estudiante de enfermería, voluntaria a lo largo del camino, le unta un gel con silocaína en la espalda. Juan vino a agradecer que hace un mes salió bien de una operación en sus ojos. Después se volverá en el furgón del Sarmiento, tranquilo con su fe.

O Daniela, que llegó con sus amigas Flor y Anita, todas con sus “gracias” para la patrona nacional. “Hace un tiempo me diagnosticaron cáncer de estómago y ellas vinieron a pedir por mí. Fue hace dos años, y me dieron una Virgencita y resulta que después no tuve nada, desapareció milagrosamente”, narra con emoción y dice que por ahora está cumpliendo la promesa de venir todos los años.

Anita trae un pedido que prefiere no contar. Y Flor quiere agradecer que su sobrina India nació hace tres meses y es una beba muy saludable. “Su mamá vino a pedir quedar embarazarada y al mes se enteró que estaba”, cuenta con los ojos llorosos.

Flor y Dani, amigas en las buenas y en las malas

Las lágrimas también caen caudalosas sobre los pómulos de Claudio Fernández, de Lanús, que se hace masajear los pies por estudiantes de enfermería que ofrecen voluntariamente tomarles la presión o aflojar calambres en una plazoleta de Merlo.

El hombre tiene 61 años, es padre de tres, vino solo y está totalmente vestido con ropa de Independiente: gorro, camiseta blanca empapada (que cambiará por una roja seca paradójicamente estampada con diablitos) y pantalón del club de Avellaneda.

Salió a las 6 de la madrugada de su casa, tomó el 37 y después el 8 hasta Liniers y desde allí caminó en silencio, compartiendo miradas o gestos de aliento con otros peregrinos.

“Es la primera vez que vengo a la caminata. Estuve internado con problemas psicológicos y me recuperé bien, gracias a Dios y a la Virgen, y a mis amigos, a mi sobrino. Estoy en pie y vine a agradecer”, explica hasta donde puede, porque la emoción lo ahoga.

Cuando recupera el aire, sigue: “Aparte andaba sin trabajo y conseguí. Me lo confirmaron el miércoles. Entonces, dije: ‘tengo que ir’. Soy cristiano, creo mucho en Dios”.

Claudio, de 61 años, fana del Rojo, superó una enfermedad y consiguió trabajo: vino a agradecer

Carolina también cree mucho en Dios. Por eso, cuenta, siempre se repuso de las adversidades que, en su caso, según cuenta, fueron muchas. Tal vez demasiadas. Ofrece en la puerta de la Parroquia de San Cayetano, en Liniers, a 4.000 pesos banderas argentinas con la Virgen estampada y vende como chipacito caliente.

“Soy una resiliente, me quedé sin trabajo formal durante el gobierno de Macri y desde ahí me las rebusco: si tengo que limpiar casas limpio casas, estudié asistente social, venía comida en un puestito en la vereda acá en Liniers, trabajo con la comunidad gitana haciendo masajes, lo que salga”, explica. “Y bueno, ahora por primera vez vine a vender acá y en un rato me voy a la plaza de Morón”, advierte.

Porque la peregrinación también es la oportunidad de mejorar las cuentas, tanto para el dueño de la santería como para Carolina y los miles de vendedores de todo tipo de cosas que hay a lo largo de los 60 kilómetros.

Carolina, una de las tantas vendedoras ambulantes a lo largo del camino

Y para pedir o purgar lo malo del año, como hace Paula Peralta, de 52, que hace 36 años de manera ininterrumpida camina sola.

“Hubo momentos en mi vida en los que me sentí peor que mal y lo único que hacía era pedirle a la Virgen que me ayudara con tal cosa. Y pasaban meses y las cosas salían. Y eso afianzó más mi fe y mi devoción. Pero ahora son cada vez más los años que solo vengo a agradecer”, comenta mientras no detiene su marcha -como todo guerrero- que ya lleva alrededor de 11 horas. Y todavía le faltan aproximadamente cuatro para entrar al templo y suspirar y dar las gracias.

Paola hace la caminata hace 36 años:

“Voy en la mía, pensando y hablando conmigo. Hablo mucho conmigo y mucho con la Virgen”, narra.

Y a medida que se acumulan kilómetros en las piernas y pensamientos en la cabeza, los fieles entran en una especie de trance, de conexión.

“Más cerca estoy de la Virgen, más energía tengo y me pongo a llorar. Lloro largando todo eso que absorbí y todo eso en lo que me volví durante este tiempo, uno se pone áspero, ¿viste? ”, resume. Algo parecido siente Santiago, que elige una comparación contundente para explicar qué pasa al hacer el sacrificio de caminar hasta Luján.

“A medida que avanzás tu mente se va agotando. Esa es la lucha. El camino del peregrino es como la vida. En Merlo, que es la mitad, ya estás medio adolorido, en Álvarez está bastante dolorido y a General Rodríguez llegás hecho mierda», ríe el cristiano, por lo evidente de la parábola. “Y cuando llegás a Luján con toda esa carga emocional, ya estás en paz”.