Boedo es un barrio de cafés con su epicentro en la avenida homónima entre Independencia y San Juan. En esas cuatro cuadras existe todo tipo de oferta cafetera: bares notables, cafés que apenas se notan, cafés de franquicia, cafés para llevar, confiterías y pizzerías-cafés. Sin contar los fantasmas que deambulan tras una silla que dejaron los legendarios Biarritz, Japonés, Dante o los billares del Alenjo. Los dos últimos, incluso, llegaron a conocer el siglo XXI.
Hacia 1870 la traza de la Avenida Boedo llegó a constituir el límite de la ciudad. Por entonces, la zona era un descampado de alfalfares. Recién en 1882, el primer intendente municipal, Torcuato de Alvear, le puso nombre a calles de la periferia de la nueva Capital Federal. Y lo hizo recordando a diputados que asistieron al Congreso de Tucumán de 1816 en representación de sus provincias. La nómina de arterias que corren paralelas y continuadas incluyó a Sánchez de Loria (Charcas), Maza (Mendoza), Boedo (Salta), Colombres (Catamarca), Castro Barros (La Rioja) y Castro (Buenos Aires). La calle que le sigue a los homenajeados es Quintino Bocayuva. ¿Acaso otro concurrente de Tucumán? No. Bocayuva no fue diputado. Está fuera del grupo de congresistas. Off. Como el boliche que vengo a contar ubicado en la esquina de Quintino Bocayuva y Carlos Calvo, el Bar Quintino, un café del off Boedo.
El Bar Quintino abrió en 1905. Una placa de la Legislatura porteña colocada en la puerta del local celebra el centenario de su creación en 2008. ¿Cómo cumplió cien años en 2008? Pero entonces, ¿en qué año abrió? ¿Fue en 1905 o en 1908? “En 1905” insiste Facundo Caballero, heredero y cocinero del bar. Las redes sociales del Bar Quintino no fallan. Comunican 1905 como año de apertura. En fin, los tiempos de los políticos, en oportunidades, no coinciden con los papeles.
Facundo es hijo de Carlos Caballero quien falleció hace muy poco dejando un vacío insalvable, hasta el momento, de la movida tanguera nocturna que había alcanzado el bar a lo largo de décadas. Hoy el Quintino está reconvirtiéndose en un bar-restaurante de la mano de Facundo y Beatriz, su madre y viuda de Carlos. Ambos lo gestionan solos. “La cosa no está como para emplear gente”, me dice Facundo, quien se vio obligado a inscribirse en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) para estudiar cocina. Y como todo remate utiliza una metáfora futbolística: “Somos un Bar Notable de la Ciudad, en la cocina debiéramos tener a un jugador de primera, pero no nos dio para más que uno del ascenso”. Pese a bajarse el precio en sus cualidades gastronómicas, sostiene convencido que se siente jugador de la máxima categoría con el matambre a la pizza y los agnolotis de ricota, jamón, queso y nuez.
Cierto es que fútbol, tango, café y Boedo son sinónimos. El interior del Quintino está tomado por estandartes y bufandas de clubes de todo el mundo. Carlos Caballero, con criterioso ojo comercial, comenzó colgando las insignias de los cinco grandes para no quedar mal con ninguno y captar a todos. Hasta que un parroquiano empezó: “Yo soy de Villa Dálmine, te voy a regalar nuestro banderín”. Y le siguió uno de Platense, otro de Ferro y así. Incluso en los respaldos de las sillas, donde muchos otros bares de Buenos Aires recuerdan a sus poetas, el Bar Quintino lleva grabado el nombre de futbolistas. Otro dato, el canillita que tiene la parada en la esquina de este centenario bar de Boedo es fanático de Huracan. Un clásico. Sin embargo, los Caballero, queda evidenciado dentro del local por la cantidad de objetos alusivos, son hinchas de Independiente.
Antes de continuar con la descripción del lugar me detengo un instante para recordar a Quintino Bocayuva. ¿Quién fue? ¿Un bandoneonista de la Vieja Guardia? ¿Un recordado volante central de algún mítico equipo de San Lorenzo? Ninguna de estas opciones. Quintino Ferreyra da Souza Bocayuva fue un estadista brasileño que luchó a favor del movimiento que instauró la república en su país. Fue diplomático y embajador del Brasil en la Argentina.
Vuelvo a la esquina boediana. El Bar Quintino comenzó siendo una pulpería con palenque sobre Bocayuva. Luego fue almacén con despacho de bebidas y también cumplió el rol de bar con billares. No le quedó capítulo evolutivo sin recorrer en la historia de nuestros bares. Solo por la fecha de nacimiento se ganó la declaración como Bar Notable de la Ciudad. Me animo a afirmar que es el café más viejo de Boedo. De los que siguen abiertos, claro. Aunque no sólo lo distingue la antigüedad. El inmueble sigue manteniendo las aberturas, carpinterías y postigos originales hechos en madera. En el interior se exhiben todo tipo de objetos donados por vecinos. A los mencionados banderines de fútbol hay que sumarle imágenes tangueras como, por ejemplo, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Carlos Gardel, Hugo del Carril, un bandoneón y el Obelisco. Una placa de diciembre de 2010 recuerda al Maestro Roberto Grela, célebre guitarrista habitué del bar. También hay fotos de Ricardo Bochini.
El consabido altarcito incluye a la infaltable Virgen de Luján y un termo rojo del Club Atlético Independiente. Pero la imagen más cafetinera la obtuve del grupo de amigos que esa media mañana se regalaban una charla fuera de tiempo. Una auténtica postal. Con las ventanas abiertas de par en par y el sol colándose en la charla.
El Bar Quintino abre todos los días, excepto los lunes que descansan. Van de 9 a 16. Jueves, viernes y sábados dan cena. Y los domingos solo almuerzo.
Por el momento, las noches de tango entraron en un impasse. Sin embargo, todo sigue en su lugar mientras los Caballero pelean por sacar adelante el nuevo presente. Facundo es joven y está abocado a su formación como cocinero. Para lo demás, ya lo dijo Pichuco: “El tango te espera”.
El Bar Quintino, por su ubicación, es un cafetín de Boedo por fuera del vertiginoso ritmo urbano que imprime la avenida. Off. Es un reducto familiar y querible, con más de cien años sirviendo a la barriada, que los Caballero saben cómo mantener encendido. On.
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