“Sensibles”, un libro que le recuerda a chicos, chicas y adolescentes que para dejar una huella hay que animarse a ser uno mismo

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La periodista, escritora y doula, Debbie Maniowicz, reunió biografías breves de argentinos y argentinas destacadas en

Mi hijo de cinco años no sabe perder. Se enoja, se frustra, altera las reglas a su antojo o inventa excusas con tal de no perder un partido de fútbol, un juego de cartas o de mesa. Por más que le explicamos la importancia de ser un buen perdedor, de pasarla bien en el juego y que las reglas no pueden cambiarse, nada puede frenar el estallido: la detonación de furia y enojo y una sordera absoluta a las razones que los adultos que lo amamos esgrimimos.

Los hijos de edades similares de muchas madres —me animo a decir de la mayoría— no saben perder. La periodista, escritora y doula, Debbie Maniowicz dice que el suyo, de siete, tampoco. ¿Cómo se hace para enseñarle a los niños, niñas y adolescentes a perder en un mundo que suele mostrarles a los héroes que admiran brillando con el polvo dorado del éxito pero no siempre el camino —muchas veces sinuoso, con pendientes, escollos y fracasos— que recorrieron para llegar ahí? ¿Cómo se hace para enseñarles que los resultados son multicausales pero que los grandes se logran con un arduo, paciente, disciplinado y obstinado trabajo? ¿Cómo enseñarles a tolerar la frustración en un mundo que no siempre recuerda que, para que las luces enceguecedoras de la gloria llegaran, esos héroes que hoy alzan copas y llenan estadios en recitales monumentales tuvieron que perder infinidad de veces? ¿Cómo explicar el esfuerzo, la constancia, la práctica implacable a lo largo del tiempo que se esconde —o más bien sostiene— esa capa lustrosa de victoria y sueños cumplidos, en un mundo que pone delante suyo respuestas instantáneas como una sopa en polvo?

Y en ese camino, ¿cómo mostrarles que no hace falta que dejen de ser quienes son para encajar en ningún lado; que perseguir los propios deseos, aunque se diferencien de los de la mayoría, es lo que, indefectiblemente, lleva a alguien a destacarse, a ser su mejor versión? En un mundo cada vez más complejo y hostil, donde la sensibilidad es vista como debilidad ¿cómo les enseñamos que ser empáticos, escucharse a sí mismos y lo que sucede a su alrededor es lo que hace la diferencia?

Esto es lo que Debbie Maniowicz pone al alcance en Sensibles: 35 historias inspiradoras para que te animes a hacer lo que soñás, su segundo libro, publicado recientemente por Planeta Junior. Una compilación de 35 biografías breves de argentinos y argentinas —o nacionalizados— que ya dejaron una huella en nuestra sociedad. No son solo deportistas o solo artistas o solo personas coronadas de esa gloria glamorosa de brillos que hace ruido y cosecha millones de followers en redes. Muchos de ellos ostentan otra gloria: entre las biografías del libro está la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense, la de Nicki Becker, la de Gino Turbaro, la de Manu Lozano, la de Lohana Berkins, y otras personas que potenciaron su sensibilidad y la convirtieron en derechos ganados o en causas masivas, en restitución de identidades, en oportunidades y calidad de vida para otros y otras que la necesitan. También las de quienes siguieron una vocación tan fuerte que les valió todo tipo de sacrificio o quienes se animaron a plantarle cara a las reglas preestablecidas por el mundo que los cercenaba y les decía qué podían o no hacer.

Historias que abren universos e invitan a sumergirse y conversar sobre una infinidad de temas como la tolerancia al fracaso, el bullying, la salud mental, la educación. Como animarse a ser algo distinto de lo que se espera o, incluso, a renunciar cuando esa cima por la que se dejó todo no resultó ser el lugar que prometía.

Delfina Pignatiello, la nadadora de alto rendimiento que compitió en los torneos más importantes y luego dio un paso al costado para cuidar su salud mental, es una de las personas que se cuentan en

Debbie dice que está pensado para lectores y lectoras a partir de los diez años —aunque la editorial sugiere a partir de los doce—, pero que con una lectura acompañada por las familias esta puerta puede abrirse mucho antes.

—Para cualquiera que disfrute de conocer biografías es un libro que gusta. Pero apunta más a los más grandes porque, hablando con mis editores, sentíamos que los chicos, los adolescentes, los preadolescentes, por ahí en su casa o en su entorno conocían algunas historias de personas que no tenían caminos completamente ascendentes sino que tenían contradicciones, idas y vueltas, pero cuando prendían la tele, cuando veían a sus referentes —que casi todos son músicos, deportistas, youtubers—, medio que lo que se mostraba era siempre lo mismo: el éxito, el estadio lleno… Se dejaban ver mucho menos los recorridos que por ahí no son tan lineales. Y no solo que no son tan lineales sino que hay muchos que ni siquiera llegan a lo que se considera cima. Y en los casos que sí, mostrar que para llegar ahí primero hay que aprender a perder, porque generalmente es eso: perdemos, perdemos, perdemos, perdemos y una vez cada tanto la pegamos y la pegamos porque antes perdimos un montón de veces y aprendimos. Entonces la idea era reflejar un poco todo esto.

En Sensibles hay varones, hay mujeres, hay equipos que muestran salidas colectivas. Algunos ampliamente famosos, otros seguramente serán un descubrimiento para los lectores y sus familias. En todos la búsqueda del texto, de su autora, a través del perfil principal, de un dato curioso o una anécdota, fue mostrar un nuevo aspecto, echar luz en una arista menos conocida.

Marta Argerich, por ejemplo, pianista número uno. Quizás conocés su historia y decís: “Estuvo en el Colón superchiquita y lo llenó”. Pero por ahí no sabías que ella odiaba tener el pelo atado con un rodete porque en la familia le decían: “Sos una música clásica, tenés que tener el pelo impecable”. Y ella, como símbolo de rebeldía, dice: “Yo nunca más voy a ir a una peluquería, me voy a dejar el pelo blanco al viento”, y hoy su pelo es reemblemático. Entonces, incluso en las historias más conocidas se intentó mostrar otros matices y que los chicos empezaran a ver de sus referentes —porque hay algunos que son bien referentes tipo los muchachos de la Scaloneta, Manu Ginóbli, María Becerra— otra parte del recorrido que por ahí está más invisibilizada porque nos quedamos con el estadio lleno y todo eso que sí suelen ver.

A veces fruto del trabajo obcecado, una disciplina salvaje y un deseo incontenible. Otras, con algún factor de azar. Siguiendo una pregunta, una inquietud, una pasión o queriendo traer una solución a alguno de los infinitos problemas del mundo. De la manera que fuese, los recorridos de las personas que logran hitos por los que son reconocidas suelen tener múltiples factores y, en la mayoría de los casos, no son una línea recta de la nada al cielo. Pero, además, otro punto que destaca el libro y tienen en común las personas Sensibles que se cuentan es haber tenido la valentía de ser ellos mismos.

—Se animan. Como que hay un punto donde todos les dicen: “Te tenés que definir: ¿vas por acá?, ¿vas para allá?”. Y ellos: “Yo quiero hacer esto, me siento cómodo acá”. Rompen un poco el formato o lo que se esperaba de ellos. Creo que mostrar esto está bueno porque hay algo en la adolescencia, que es un momento donde todos quieren parecerse y verse iguales. Todos fuimos adolescentes y en esa época te parece muy importante encajar y ser igual a los demás. Y muchas veces en esa situación nos perdemos de quiénes somos, qué queremos y qué nos gusta, realmente. Pasa mucho. Yo lo veo con mi nene de siete. Justo él es refanático del fútbol, le va bien, como que cumple con eso que se supone todos quieren a esa edad. Pero hay un montón de mamás que tienen hijos que no les gusta el fútbol y sienten que les tiene que gustar, que tienen que encajar, que si no se van a quedar solos, aislados del mundo. Entonces hay algo de todo eso donde el libro es también una invitación a decir: “Che, quedate en ese lugar, conectate con quien sos, con qué te gusta”. Probá lo otro, fijate, pero si a vos no te gusta, dale lugar a eso. Me parece que en la adolescencia pasa mucho esto de que terminamos recontradesconectados de qué queremos en verdad.

Debbie ejemplifica la importancia de seguir esa voz interior que dice “es por ahí” con Franco Colapinto, biografiado en Sensibles. Cuenta que muchas personas de su entorno, cuando les hablaba del libro en proceso, le preguntaban por qué lo iba a incluir si no estaba triunfando en este momento. A lo que ella respondía con todo el esfuerzo y trabajo que le había costado llegar a la Fórmula 1. Y el mérito de ser el único piloto argentino corriendo ahí después de mucho tiempo de que no hubiera nadie por quién agitar la camiseta.

—Cuando era rechiquitito iba al kartódromo y el viejo, que era el que lo llevaba, dijo: “Ah, ok, esto no es solo un hobby“. Y decidió darle lugar a eso que veía en él. Le empieza a comprar autitos, tiene una familia atrás que escuchó eso que a él le interesaba, que no era lo que le interesaba al promedio. Está bien, el viejo venía del palo y eso ayudaba, pero le dan lugar a eso. Se dan cuenta de que es bueno, empiezan a vender cosas para bancarlo y él a los 14 años está viviendo solo en Europa, aprendiendo a cocinarse, a moverse. Y llega a un lugar donde la mayoría de los que lo critican chocaría queriendo doblar una curva. Es muy fácil criticar. Entonces me parecía que mostrar algunos referentes que incomodaran un poco más o que todavía no hayan llegado a un lugar al que parecería que van a llegar, que todavía no estén consagrados, tenía valor. O está, por ejemplo, Delfina Pignatiello, que dejó la natación entonces no es que va a llegar a algún lado, pero —y esto yo lo rehablo con mis hijos— ¿qué pasa con los haters? ¿Qué pasa con las redes sociales? ¿Por qué importa tanto lo que dice el otro?, ¿por qué importa tanto la mirada ajena? Que a todos nos pesa, en algún punto. Pero cuando salís del agua y te das cuenta de que no hiciste el tiempo que querías y en lo primero que pensás es en lo que te van a decir en redes sociales: qué valiente, te aplaudo que te diste cuenta de que te tenías que correr de ahí. Cuidar la salud mental, cuidar lo que sentimos, lo que queremos, me parece muy clave construirlo en las infancias, esto de que podés bajarte de ese lugar en el que no te sentís cómodo. Creo que si uno va introduciendo ejemplos como el de Delfina les das herramientas a los chicos para decir: “Ah, ok, no es tan grave si me bajo entonces, aunque estaba por salir campeón”. Siento que todo esto ayuda a que después tengan más recursos si ven que los referentes o los consagrados también se animaron a hacer eso. O si saben que a María Becerra en el colegio no la trataban bien y le hacían bullying y encontró un lugar donde podía canalizar eso y hablarlo. O que Tamara Tenenbaum en un momento pensó en todas las reglas que tenía en la casa y dijo: “Esto me hace ruido, no me siento cómoda; ¿y si le planteo a mi mamá ir a otro colegio?”. Y le dio lugar. Es una forma de que los chicos vean: “Che, puedo plantear lo que pienso”. Me parece que mostrarles las construcciones de estos caminos está bueno.

Cuando era pequeña, Martha Argerich era obligada a usar el pelo corto o recogido porque se suponía que eso era lo que correspondía a una música clásica. Cuando creció, se lo dejó largo y suelto como símbolo de independencia y se convirtió en su emblema (Laura Szenkierman)

Como las historias que llenan el libro, la selección de quiénes serían contados no fue lineal sino un proceso con vaivenes. En la idea inicial, de hecho, se proyectaba una compilación de biografías de varones, referentes masculinos diversos, rebeldes, que no se redujeran a las superestrellas del deporte o la música. En el intercambio entre la autora y la editorial, vieron que algo de esa idea no terminaba de cerrar.

—Sentíamos que no estaba bueno seguir categorizando y separando: un libro de varones, un libro de nenas. “Y qué pasa si mezclamos a todos, sin importar el número” —porque el libro tiene, si no me equivoco, unas doce mujeres, dieciocho varones y cinco grupos, ni siquiera es que está totalmente equilibrado—. Entonces lo primero fue decir: “Ok, no vamos a hacer un libro solamente de varones, sino de varones, mujeres y sumemos colectivos; sumemos que hay veces que los cambios pueden ser en equipo”. Y después buscamos, por un lado, que sean diversos, no queríamos que fueran todos del mismo aspecto y si veíamos que teníamos muchos deportistas, por ejemplo, decíamos: “Saquemos alguno y traigamos algún científico más”. Esto de poder ampliar el mapa fue algo que nos planteamos mucho. Y algo que también me planteé mucho fue que no sea tan ajeno a los pibes, a los adolescentes: que haya personas vinculadas a la tecnología, a la ciencia; referentes actuales y que no estén tan contados a la vez. En un momento yo abrí encuesta en Instagram y todo el mundo me decía: “Estela, Estela” [de Carlotto], pero Estela está recontra contrada y la bancamos a muerte pero ya hay un montón de libros que la traen con todos sus matices. Y ahí fue que sumamos al Equipo Argentino de Antropología Forense para mostrar algo más colectivo y porque, además, están mucho menos contados en libros infantiles. Entonces, era como un mix entre contar algunos históricos, algunos actuales, que las temáticas sí sean actuales y que esté repartido entre hombres, mujeres y colectivos. Un poco fue ese el equilibrio.

El libro es un catálogo de talento. Y, orgullo obliga, el que no nació se desplegó en este suelo, de talento argento. Debbie cuenta algunos perfiles al azar recordando las decisiones que tomaron sobre la selección que juega este texto y destaca que entre los más clásicos eligieron a Charly —cómo no— porque para llegar a ser Charly lo primero que hizo es ser Charly desde siempre.

—Toda su familia quería que sea un músico clásico. Él estaba destinado a ser un músico clásico, hasta que escuchó a los Beatles, se le abrió el bocho y de repente dijo: “No, yo voy a hacer rock”. Y después porque es un gran abridor de puertas. Son estas personas que no solo llegan sino que hacen que muchos otros lleguen, les dan espacio. Con Duki pasa algo parecido, suben al escenario y abren la posibilidad para un montón de otros músicos.

La autora señala que entre los perfiles hay algunos históricos como Ladislao José Biro, inventor de la birome; Eugenia Sacerdote de Lustig, la médica e investigadora que probó la vacuna poliomielítica en Argentina; Adolfo Kaminsky, quien falsificaba documentos para salvar vidas en la Segunda Guerra Mundial. Pero también está Fernando Salem, el creador de “Zamba”, que viene a interpelar a los chicos y chicas y a contarles que del aburrimiento pueden nacer las mejores ideas y que aprender historia no tiene por qué ser tedioso; Gino Turbaro, que muestra qué pasa cuando la tecnología se pone al servicio de personas que realmente la necesitan; o Raquel Chan, científica del CONICET: “Ella dijo: ‘Che, ¿por qué cuando me voy de vacaciones y vuelvo hay algunas plantas que están completamente muertas y otras que no? Investiga, investiga, investiga y se da cuenta de que hay un gen que tienen los girasoles que hace que las plantas vivan más y empieza a introducir ese gen que trajo beneficios para la agricultura”.

—Son temáticas que a los pibes les interesan. Hay algunas que les son muy propias y otras que queríamos que conocieran, como a Lohana Berkins; como a Pablo García Borboroglu, que es alguien que investiga pingüinos en la Patagonia; Rodrigo Abd, que es fotógrafo de guerra; Martín Kremenchuzky, triatleta sordociego. Hay un montón de personas. Kremenchuzky es el que más gustó en mi casa: “¿Cómo puede ser que nada atado a una persona? ¿Cómo puede ser que anda en bicicleta y es sordo, ciego?“, hay algo que les despierta la curiosidad a los chicos.

“¿Cómo, mamá, que hay alguien de 11 años en el libro?” —Faustino Oro, el gran ajedrecista que bate récords—. “No entiendo, ¿cómo que tenía 19 años y ya era política?” —Ofelia Fernández—. “¿Estaba en Argentina y de repente se enteró que estaba pasando esto y dijo: ‘Voy a ir a ayudar’, y se tomó un avión y se fue?” —Mauro Di Si, que rescata personas en el mar Mediterráneo—. “¿Cómo que los maestros no podían tachar ni marcar el cuaderno de los chicos?, ¿cómo que no había pruebas ni recreos?” —la escuela Serena, en Rosario, iniciativa de Olga y Leticia Cossettini, quienes creían que la educación podía ser diferente—. Los hijos de Debbie fueron claves en el proceso. Los primeros en escuchar las historias y en mostrar la combustión inmediata: la explosión de curiosidad, las ansias por conocer más de esos mundos que la lectura les proponía.

—“Ay, me gustaría que la escuela fuera así“. “¿Por qué? ¿Qué te gusta de la escuela? ¿Qué no te gusta?”. Siento que si uno acompaña la lectura, lográs hacerla mucho más rica. El proceso del libro giraba alrededor de qué temas queríamos acercar a las infancias. Queremos hablar de la escuela y del rol que ocupa, queremos hablar de salud mental y deporte, de bullying, ese también fue un poco el termómetro.

Los perfiles son breves. Pueden leerse antes de dormir, en un recreo o de un tirón un sábado de lluvia que se preste. El libro puede comenzarse desde el principio, desde el medio, desde el tres cuartos o desde el final. O incluso se puede entrar a las historias a partir del juego o la propuesta con la que termina cada biografía: sopa de letras, tests, trivias, creaciones varias. El objetivo es que encienda la curiosidad, que germinen preguntas, que abra debates, que muestre nuevos temas de interés o genere identificación.

—Que lean a Ian Moche y por ahí digan: “Esto que le pasaba a él a mí me hace sentido también”. Que lean a Nicky y se pregunten qué es el cambio climático. Que los estimule a conocer distintas temáticas, a hablar de distintas cosas. Los libros permiten eso, incluso abrir conversaciones que son muy duras. En Sensibles se habla de enfermedad, se habla de bullying… Y, sobre todo, esta reflexión de que cuando los pibes terminen de leerlo se sientan menos solos y digan: “Ah, ok, está bueno ser uno mismo”, “Está bien ir por acá”. Eso ya me parece un montón de ganancia.

A los catorce años, con el apoyo de su familia, Franco Colapinto se fue a vivir solo a Europa para correr en la Fórmula 4 española

Debbie dice que uno de los personajes que más disfrutó investigar, uno con el que se identifica, es Agustín “Rada” Aristarán porque, como le sucedió en alguna medida a ella —periodista, divulgadora, doula, creadora de una marca de comida para bebés, autora— a Rada su entorno lo presionaba para que se definiera y se quedara con una de las múltiples disciplinas que él mezclaba y disfrutaba —la magia, la música, la comedia, la actuación—. “Hasta que un productor le dijo lo que necesitaba escuchar: ‘Vos sos Radagast. Dedicate a ser el mejor Radagast posible’”. Que es otra forma de mostrarle a los lectores que no hace falta que elijan un solo camino, que se puede ir detrás de muchas inquietudes y que coexistan felices. Que eso que quieran ser cuando sean grandes pueden ser muchas cosas y que no necesariamente tienen que ajustarse a un envase donde alguien les diga que tienen que entrar.

O que se puede cambiar de rumbo si lo que eligieron no los convence, como Candelaria Mantilla, una de las creadoras de juegos Maldón, que no conforme con el trabajo que ocupaba sus días se preguntó: “Si pudiera dedicarme a cualquier cosa, ¿qué haría?”, recordó que lo que más le gustaba hacer de chica con sus hermanos era jugar juegos de mesa y se lanzó, junto a uno de ellos, a crear nuevos.

La semilla en la infancia. Recordar ese grande que deseaban ser de chicos. Animarse a escuchar el deseo impreso dentro. A dar un giro si algo no cierra del todo. Eso tienen en común las personas Sensibles.

En la primera página el libro es para tres niños. La autora, su madre, les agradece por haberle cambiado la mirada. Y se asoma a mirar más allá de lo que se ve.