Soñaba con volar y se convirtió en precursora de la aeronáutica en el país: la increíble historia de la primera aviadora argentina

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Amalia Figueredo (AGN)

¿Cuántas veces esa rosarina, que aún no había cumplido los veinte años, se habrá sentado en las largas gradas con las que contaba ese precario aeródromo de tierra alisada a contemplar el verdadero milagro de ver al hombre volar en una máquina de madera y tela? Era el de Villa Lugano, en un barrio muy distinto al que luce en la actualidad, y había sido inaugurado el 23 de marzo de 1910. Funcionó donde hoy se levantan los barrios Lugano I y II.

Se venía el Centenario de la Revolución de Mayo y la comisión de festejos le había pedido al Aeroclub Argentino que organizase un festival aéreo: participarían aviadores extranjeros que hacían maravillar con sus vuelos a la sorprendente velocidad de sesenta kilómetros por hora y realizaban diversas piruetas, entre las que se contaba la locura de volar cabeza abajo, lo que enloquecía a la gente. Y para eso se necesitaba de un aeródromo.

Jorge Newbery fue uno de los aviadores que alentó a Amalia Figueredo para que hiciera el curso de piloto

Amalia Celia Figueredo había nacido en la ciudad de Rosario el 18 de febrero de 1895 y era muy pequeña cuando su familia se mudó a la ciudad de Buenos Aires, cerca de Lugano. Cuando terminó sus estudios secundarios lo hizo con el título de maestra. Luego cursaría Obstetricia en la Facultad de Medicina de la UBA, en tiempos en que las mujeres eran pocas en la universidad y debían soportar las mofas de sus compañeros varones y el ninguneo de algunos profesores. También estudió Música en el prestigioso conservatorio que los hermanos españoles Fontova habían levantado en Buenos Aires por 1896.

De tanto ir a ver los aviones, Jorge Newbery la invitó a volar y quedó maravillada. Fue el propio aviador quien la alentó a que tomase el curso de piloto, en tiempos en que la mujer recién se largaba a aprender a conducir automóviles. Newbery había aprendido a dominar esas máquinas voladoras de la mano del aviador francés Marcel Paillette y del ingeniero y aviador también de ese país Emilio Aubrun, quien en marzo de 1910 fue el primero en volar de noche, con un Bleriot XI, de Lugano a Tapiales, ida y vuelta.

Figueredo comenzó a tomar clases, las que eran teóricas, ya que las máquinas disponibles en Lugano eran monoplanos. Entonces, como era imposible que volase sola, en mayo de 1914 se anotó en la escuela de aviación que Teodoro Fels y Paillette habían levantado en la localidad de San Fernando, que contaba con el biplano Farman, en el que podían ir dos personas.

El viejo aeródromo de Villa Lugano, que funcionó hasta 1934

El 6 de septiembre de ese año rindió el examen, pero no aprobó. Se ignora si fue por cuestiones técnicas o a propósito, ya que estando a unos sesenta metros de altura se dio cuenta de que tenía flojos los tensores del aparato y debió hacer un aterrizaje de emergencia.

Volvió a rendir el 1 de octubre. La mesa examinadora, armada por el Aeroclub Argentino, estaba compuesta por Carlos Irmscher y Carlos Borcosque. El primero era un ingeniero alemán que se radicó en nuestro país y que un día, sin saber hacerlo, quiso volar, con resultados previsibles: estrelló la máquina en el despegue y se fracturó una pierna. Finalmente obtendría el brevet nº 26. Y Borcosque era un chileno, que luego de su paso por la aviación —fue el precursor de la fotografía aérea— hizo carrera en el cine.

En Villa Lugano, con la pista de tierra y hangares de madera y de techos de chapa (Archivo General de la Nación)

El examen era exigente. Debía hacer series de “ochos” entre postes ubicados a una distancia de quince metros unos de otros; haría una pasada rasante sobre la mesa examinadora y, luego de elevarse a una considerable altura, debía apagar el motor y aterrizar planeando. Una vez en tierra, debía repetir la secuencia.

Pasó las pruebas en forma sobresaliente, en medio de los aplausos del público que se había dado cita desde muy temprano, y obtuvo el brevet 58. Se convirtió en la primera mujer argentina aviadora.

El arriesgado oficio de volar. Así quedó el avión en el que perdió la vida Carola Lorenzini (Gentileza Archivo Tea y Deportea)

Era toda una celebridad. La invitaron a brindar exhibiciones públicas que hizo, por ejemplo, en el Hipódromo Nacional de Belgrano, en terrenos que hoy ocupa el estadio Monumental; en la Sociedad Sportiva de Palermo (hoy Campo Hípico) y, por supuesto, en Villa Lugano, donde todo había comenzado.

También voló al interior, a su ciudad natal y a otras localidades santafesinas. Cuando en 1915 se casó con Alejandro Carlos Pietra, dejó de volar. En 1928 quedó viuda con dos hijos y consiguió un empleo en la sede del registro civil de Belgrano, donde trabajó hasta que se jubiló treinta años después.

En marzo de 1934 el Gobierno le aprobó su pedido de una pensión graciable de 80 pesos mensuales por el término de cinco años, tal cual ella lo había reclamado, apoyándose en la Ley 11704.

En 1941 vino de visita al país un grupo de aviadoras uruguayas. El 23 de noviembre, cuando partieron, ella fue en una máquina piloteada por Carola Lorenzini, una talentosa aviadora apodada “la paloma gaucha”. Al regreso a la base de Morón, Figueredo quiso bajarse porque estaba cansada y a Lorenzini le pidieron que hiciera su acrobacia que la caracterizaba, un looping invertido. Tal vez porque el avión que entonces usó no era el suyo o porque calculó mal, perdió la vida al estrellarse. Tenía 42 años.

Amalia Figueredo en su mejor lugar en el mundo, junto a un avión (Instituto Nacional Newberiano)

Recibió innumerables distinciones, tanto en el país como en el extranjero, y fue presidenta del Aeroclub Femenino de Argentina. El senado la nombró, además, precursora de la aeronáutica en estas tierras. Murió el 8 de octubre de 1985, con su viejo sueño cumplido: conquistar los cielos.