“La enfermedad de mi hijo empezó en la primaria y nunca encontró un tratamiento: el sistema de salud no dio respuesta y terminó suicidándose”, declaró Carolina Varela, madre de Nicolás Cruz, durante una cruda entrevista realizada esta mañana en Radio Mitre.
El diagnóstico, trastorno de la personalidad y déficit de atención, llevó a que el joven de 18 años pasase por una gran cantidad de psicólogos, pero -según su madre- ninguno advirtió la necesidad de derivarlo a un psiquiatra infantojuvenil.
“Fue Nico quien, con 17 años, me pidió ver uno. Yo estudié Sistemas. Mi marido es óptico. No sabía que existían los psiquiatras infantojuveniles. Me duele haberlo aprendido demasiado tarde”, cuenta Carolina, que en su brazo derecho lleva tatuado el nombre de su hijo sobre el signo del infinito.
En el programa “Alguien tiene que decirlo”, conducido por Eduardo Feinmann, se recordó la historia del joven que se quitó la vida durante la noche del 22 de mayo de 2023 en la habitación de la casa que compartía con sus padres, en el barrio porteño de Villa Santa Rita. Tenía dieciocho años recién cumplidos.
El comienzo del calvario
Según relató su madre, los primeros problemas aparecieron cuando el niño era alumno de primaria y tenía apenas siete años: “Nunca pudo copiar en el colegio, me llamaban porque le dolía la cabeza, lo han visto neurólogos. Hizo tratamiento lógico y en el colegio le sacaban el recreo porque él no copiaba en clase. Estamos hablando de un chico de siete años”, contó al aire.
A los doce años, Nicolás presentó la primera conducta de autolesión que alarmó a su familia y entorno. “Se cortaba los brazos, esta es una conducta típica de una persona con alguna patología psiquiátrica. Yo no soy psiquiatra, pero tuve que aprender”, recordó con dolor.
La situación la llevó a consultar con la pediatra, quien solo extendió una derivación para realizar una admisión psicológica. “Te dan un turno para dentro de un mes con el psicólogo, diciendo que después habrá un turno para tratamiento, pero ese turno nunca llega. No hay ninguna contención para el paciente, ningún tratamiento disponible ni ningún tipo de abordaje para la familia. A la familia no la orientan y no sabés si le pasa algo en el colegio. Uno vive un infierno tratando de encontrarle una explicación a por qué tu hijo se corta los brazos”, lamentó.
El recorrido escolar de Nicolás estuvo marcado por cambios y desplazamientos. Asistió a tres colegios distintos, dos de los cuales eran públicos y uno era una escuela de arte en la ciudad de Buenos Aires.
La razón de los traslados era la complejidad del entorno y la falta de un abordaje institucional adecuado. “De ese colegio se va en junio, a mitad del año me dice: ‘Yo no voy más al colegio’”, recordó la madre sobre uno de esos cambios.
En cada uno de estos entornos escolares, el acompañamiento fue insuficiente: “Yo fui al colegio a hablar un montón de veces. Me hicieron firmar muchísimas actas, pero el problemático seguía siendo Nicolás, que era quien veía la dificultad. Él no pudo con este sistema”, expresó.
Pastillas, alcohol y marihuana
“La primera pastilla, un Rivotril, se la encontré a los trece. Pero cuando llegó la etapa en la que quería salir, a los dieciséis, la situación ya se había complicado mucho más”, recordó la madre acerca del incipiente consumo de sustancias de su hijo.
Nicolás pasó por tres colegios y él mismo -según contó la madre- le contó cómo funcionaba todo eso en el colegio. “Había chicos que llevaban pastillas, que se las proveían los propios padres y las vendían los hijos, él pidió irse de ese colegio público de Mataderos”.
El consumo de sustancias fue en aumento durante la adolescencia. “El alcohol y la marihuana surgieron después, cuando era más grande. Según indicó, toda la familia realizaba esfuerzos enormes para acompañarlo: “Recorrimos muchísimo. Nicolás puso mucha voluntad. Pero cuando las enfermedades no se abordan a tiempo, el pronóstico es mucho más difícil”.
Varela advirtió que los problemas de salud mental de su hijo jamás recibieron ni diagnóstico ni tratamiento oportuno. “El diagnóstico formal de trastorno de la personalidad y déficit de atención tardó demasiado. Nosotros seguimos el recorrido, pero las respuestas del sistema eran siempre parciales, lentas o simplemente no llegaban”, explicó.
Cuando intentaron una internación psiquiátrica judicializada, se toparon con un nuevo impedimento: los tiempos y los costos. “Faltaban veinte días para que cumpla dieciocho años. Él se quería internar, pero las clínicas son carísimas, no están al alcance de cualquiera, y nunca se llegó a judicializar. Judicializar quiere decir internarlo contra su voluntad, para asegurar el tratamiento, pero como le faltaban veinte días para la mayoría de edad, nadie intervino”, subrayó.
En ese período, Nicolás manifestó su voluntad de recibir ayuda, pero el sistema no lo contuvo. “Los psiquiatras advierten que muchos, cuando ya no pueden más, piden internarse, pero después no pueden sostenerlo y deben dejar irse al paciente”, mencionó.
La Ley de Salud Mental en la mira
Varela calificó a la normativa vigente en Argentina como un “mamarracho”. “Muchos piensan que mi hijo tomó la decisión de suicidarse como un acto voluntario. Pero el suicidio llega a la vida de mi hijo como desenlace de una enfermedad nunca diagnosticada ni tratada».
Y agregó con tristeza: “No fue ni una decisión ni una cuestión de falta de límites o de padres poco presentes. Fue el resultado de una enfermedad. Son chicos que no se bañan, no comen, no pueden dormir, tienen muchísimos dolores de cabeza”, sostuvo con énfasis.
Luego del suicidio de Nicolás, la problemática persistió en los colegios a los que asistió. “Después de la muerte de mi hijo hubo más suicidios en el colegio porque ni siquiera se abordó el tema entre sus compañeros. Estamos hablando de chicos de 17 y 18 años. Yo recibí muchísimos llamados de amigos y compañeros de la primaria, porque los chicos vivieron la enfermedad de mi hijo desde cerca, pero nunca hubo un abordaje institucional ni contención para ellos”, reveló.
Las cifras oficiales
Este duro testimonio pone en evidencia la escala del problema a nivel nacional. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en la Argentina hay solo 454 psiquiatras infantojuveniles registrados y en actividad y 3.945 psiquiatras generales.
Eso significa que hay cuatro psiquiatras infantojuveniles activos por cada 100.000 niños, niñas y adolescentes. La disponibilidad es desigual: la ciudad de Buenos Aires concentra la mayor cantidad de especialistas, con 39 por cada 100.000 chicos, mientras que la siguiente provincia, Mendoza, tiene solo cinco.
Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, La Pampa y Neuquén apenas llegan a entre dos y tres psiquiatras cada 100.000. La situación en el resto es más grave aún: hay seis provincias —Corrientes, Formosa, Misiones, San Luis, Santiago del Estero y Tierra del Fuego— donde no hay ningún psiquiatra infantojuvenil activo registrado.
“La escasez de especialistas y la demora para acceder a diagnósticos dejan a muchas familias sin herramientas y sin red”, advirtió Carolina Varela. Mientras tanto, su historia y la de Nicolás se suman a las miles de familias que encuentran en el sistema grandes barreras para reconocer, diagnosticar y abordar los problemas de salud mental infantojuvenil.
Dónde buscar ayuda
Si en algún momento de la vida se experimentan ideas suicidas, no dudar en consultar al sistema de salud, a personas del entorno escolar, laboral o afectivo. Llamar al 0800-333-1665, dirigirse a una guardia de Salud Mental en el hospital público más cercano, y/o comunicarse con el SAME (107).
Líneas de prevención del suicidio:
- 135 (línea gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires)
- (011) 5275-1135 o 0800 345 1435 (desde todo el país)
- Salud Mental Responde: 0800-333-1665 (línea telefónica de hospitales públicos CABA) y 4863-8888 / 4861-5586 / 4123-3120 (lunes a viernes de 8 a 20). Para fines de semana, feriados y por la noche: 4123-3100 internos 3484/3485.
- Hospital Bonaparte: 0800 999 0091 (urgencias Salud Mental 24 hs)
- Hospital Borda: 4360-6670