Sin padre, sin marido y sin Estado, con Milei, el capitalismo y el mercado: quiénes son y cómo piensan las feministas libertarias

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Melina Vázquez y Carolina Spataro en la presentación de

El 8 M del 2024, el primero con Javier Milei en la Rosada y sus ideas en el poder, Carolina Spataro y Melina Vázquez se preguntaron qué sucedería. Doctora en Ciencias Sociales, magíster en Comunicación y Cultura, investigadora del Conicet dedicada a los feminismos y su masividad, Carolina; posdoctora en Investigación en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, doctora y magíster en Investigación en Ciencias Sociales, investigadora del Conicet dedicada a políticas y juventudes, Melina, movidas por la curiosidad, el feminismo y sus disciplinas decidieron ir a la plaza a ver. Atravesaron las pancartas, banderas y consignas que les resultaban familiares y después se asomaron a la Legislatura, donde había una actividad coordinada por Rebeca Fleitas, una legisladora porteña de La Libertad Avanza. Había panelistas que debatían en el centro y público que escuchaba detrás. Cuando el intercambio concluyó, Fleitas condujo el cierre en el que ofreció una definición del feminismo liberal.

—Y habló de la importancia de disputar el feminismo a quienes ellas llaman “las feministas zurdas” porque “el feminismo nació liberal, pero la izquierda nos robó las banderas” —cita de memoria Carolina.

A las investigadoras ese acto les quedó impreso en el cuerpo. Y fue la piedra fundacional. La puerta de entrada a un mundo que ya existía pero que nadie se había detenido a estudiar, el de las feministas liberales, libertarias. Y fue el comienzo de un trabajo de campo arduo.

Acá están —ahí estaban—. Y Carolina y Melina quisieron conocerlas, comprenderlas y contarlas. Eso es exactamente lo que hicieron en Sin padre, sin marido y sin Estado.

Feministas de las nuevas derechas, el libro que escribieron juntas y publicaron recientemente a través de Siglo XXI.

Carolina Spataro es doctora en Ciencias Sociales, magíster en Comunicación y Cultura, investigadora adjunta del Conicet y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. (Julieta Bugacoff)

La pregunta y la antipregunta

—En nuestro caso se juntaron dos preguntas que nos veníamos haciendo por separado.

Yo venía pensando en la masificación del feminismo a partir del Ni Una Menos: hasta dónde había llegado. Venía observando lo que sucedía en la conversación cotidiana, en los medios de comunicación, cómo había llegado al programa de Rial, a la mesa de Mirtha Legrand, a los noticieros, a los clubes de fútbol, a las universidades, a las empresas, a los sindicatos. Y hasta dónde habían llegado los debates feministas era un poco la pregunta, las discusiones que el feminismo viene construyendo hace décadas en la Argentina y que a partir del 2015 tuvieron otra plataforma, otra masividad. Y Meli venía pensando lo mismo a partir del 2020, con la pandemia, en relación a la masificación del liberalismo como significante, que llegó mucho más lejos que lo que había llegado hasta entonces en la historia política de la Argentina. Entonces, una pregunta que nos hacíamos es: si el feminismo o los feminismos se convirtieron en una conversación pública, ¿por qué no iba a llegar a las mujeres de derecha? Y, del otro lado, si el liberalismo se convirtió también en una conversación pública en relación, por ejemplo, a la crítica sobre las medidas de aislamiento, al rol del Estado en la pandemia, ¿por qué no iba a llegar también a las mujeres? Pensar que eso es imposible es un problema de punto de vista, no del campo y de lo que sucede.

Carolina explica cómo ella y Melina hicieron converger los temas que las ocupaban en uno común: quiénes son, qué hacen, qué edades tienen, qué piensan, las mujeres de las nuevas derechas. Más aún, cómo se las arreglan las que se consideran feministas para llenar de sentido ese significante y adherir a un espacio político que se ha pronunciado enemigo del feminismo, que no cree en la desigualdad de género ni en nada que implique una agenda para proteger y ampliar los derechos de las mujeres, más bien lo opuesto.

Ellas sabían que era un desafío. Y, como cientistas sociales, fue lo que las estimuló a sumergirse en terrenos donde, también sabían, iban a ser outsiders. Necesitaban estar ahí para comenzar a indagar, con la rigurosidad de sus disciplinas, a mujeres que se salen de lo que el sentido común o la dicotomía reduccionista que necesita ordenar a personas e ideas en lados, como si existiese una línea divisoria que atravesara el mundo en dos, reconocen. Mujeres que ante el asombro de muchos y muchas se resisten a ser portadoras de unas etiquetas más cómodas y fáciles de comprender.

Así fue que, ante susceptibilidades y recelos de parte de miembros de su comunidad académica y entornos de pertenencia que les preguntaba con la ceja levantada si estaban seguras sobre lo que iban a emprender, entendiendo que las personas, como dijeron en la presentación del libro organizada por la editorial, no van por la vida con un etiquetado frontal que las define sino que el asunto —los vínculos, ideas y espacios que construimos como sociedad— es mucho más complejo, tiene muchos más matices y mucha más riqueza, para quienes estén dispuestos a verla, avanzaron.

Melina Vázquez es posdoctora en Investigación en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, doctora y magíster en Investigación en Ciencias Sociales, investigadora independiente del Conicet, codirectora del Grupo de Estudios en Políticas y Juventudes y coordinadora del Diploma Superior en Juventudes de Clacso. (Julieta Bugacoff)

Entonces, en el comienzo fue la(s) palabra(s) y la(s) pregunta(s). Y también la antipregunta. Como lo definen ellas.

—Sabíamos que elegir este tema era meternos en un barro, pero para nosotras fue una apuesta académica y política —asegura Melina—. Nosotras hemos leído cuánto desde el feminismo que invita a repensar los programas, los hechos políticos a partir de las historias de las mujeres, de las voces de las mujeres y de las posiciones de las mujeres y parecía que sobre las derechas esto no era importante. Esta pregunta ya se la habían hecho otras historiadoras con otros campos y nos parecía increíble que se diera por hecho, primero, que las mujeres votan al progresismo; segundo, que todas las mujeres votan lo mismo y que entonces si sos mujer había una esencia que dictaminaba hacia dónde iba el voto; y después ver que el campo nos mostraba otra cosa. Entonces empezamos el libro citando a Leila Guerriero [N. de la R.: las autoras citan Una historia sencilla, donde la cronista acompaña a un bailarín en un festival de malambo y a partir de la pregunta por esa experiencia devela un mundo ajeno para muchos lectores] porque en realidad la investigación y el periodismo y la literatura y otras disciplinas comparten la posibilidad de hacerse preguntas en otros términos. Y empezamos con las preguntas que nos invitan a hacernos quienes son interlocutoras de un análisis poco moralista y que permiten que esa inquietud conduzca a entender algo nuevo. Desde que publicamos la nota que dio origen a este libro [N. de la R: después del 8M del 2024 las autoras publicaron un texto en la revista Anfibia con el primer acercamiento que habían tenido a las feministas mileístas y despertó controversias], donde encontrábamos respuestas muy reactivas a estudiar esto, nos decíamos: ¿cómo no hay una inquietud política, militante y académica por entender por qué esas mujeres están ahí? Entonces, movidas por la antipregunta, hicimos una investigación, que es lo que hacen las ciencias sociales cuando tienen dudas que no pueden responder fácilmente.

Melina sostiene que, a la inversa, todas las investigaciones que se hundan en el tejido social “deberían estar movidas por preguntas que no sean de fácil respuesta ni nos den la certeza del sentido común”, que es una certeza ilusoria, ficticia. Sabiendo esto, y contra todas las objeciones que les habían transmitido —que iban desde la negación de la existencia del feminismo de derecha: “no existe, no es posible, próxima pregunta”. “El feminismo si no es lucha de clases, no es feminismo”, hasta el desinterés y la superioridad moral: “Bueno, el día que lean y entiendan que son cómplices de su propia subordinación van a votar a otra cosa”—, ellas salieron a ver qué había detrás. Porque, como indica Carolina, “hacer como que esto no existe y entonces va a desaparecer por arte de magia y el mundo va a ser tal cual como lo imaginamos” no es lo que buscan las ciencias sociales, sino “la producción de conocimiento sobre lo existente”.

—Y eso es lo que intentamos en el libro.

Acompañaron la presentación del libro Alexandra Kohan, Diana Maffía y Pablo Semán. (Julieta Bugacoff)

Ser feminista libertaria no es oxímoron: una remera que diga

Una de las cosas que les dijeron —más de una vez— a las investigadoras cuando empezaron a hacer público su estudio era que “feminista de derecha” o “feminista libertaria” era un oxímoron, es decir, una expresión compuesta por términos contradictorios, o una contradicción en sí misma. A lo que ellas han dado tantas respuestas que bromean con estamparlo en una camiseta.

—Porque el oxímoron —dice Carolina— ya parte de una premisa que supone que el feminismo o los feminismos tienen una posición coherente sobre todos los puntos, entonces un feminismo que no adhiera a eso sería un oxímoron. Y eso es lo que nosotras desarmamos o intentamos desarmar casi como punto de partida.

—Además —suma Melina— no hay muchos estudios sobre mujeres en las derechas, menos que menos sobre este fenómeno tan reciente que a nosotras también nos tomó por sorpresa. Mujeres en las derechas hubo siempre, pero que hubiera mujeres en los espectros de la derecha que además disputaran el significante “feminismo” sí nos aparecía como una novedad, y tratamos de pensar qué quería decir. ¿Es algo impostado? ¿Es algo frente a lo que nosotras tengamos que decir: “No, no lo son”? Eso también supone que el feminismo pueda determinar dónde empieza y dónde termina, quién entra y quién sale, que si bien puede ser una práctica existente, a nosotras no nos interesaba. Nosotras no queríamos decir que el hecho de que haya mujeres en las derechas que reivindican una idea de feminismo para disputar lugares en la política era o no podía ser considerado feminismo o implicaba que ellas eran unas alienadas, si no entender los términos en los que para ellas la palabra feminismo, que en sus espacios políticos no garpa, les permite pensar una posición y disputar o buscar un lugar entre las posiciones antifeministas de sus espacios, entre las posiciones conservadoras y el feminismo, como dicen ellas, “de las zurdas”, “del progresismo”, del que ellas no se sienten parte. Entonces, esa idea de nombrarse feministas expresaba una postura que para nosotras es muy importante y muy interesante reponer, porque sale de esa visión dicotómica que el propio feminismo dio herramientas para combatir: “están las progresistas de izquierda y todo lo que queda por afuera es antifeminismo”. Bueno, no, este campo nos muestra todos los matices que nos ofrece la investigación empírica.

Las feministas liberales o libertarias no adhieren a la idea de que hay que luchar contra el capitalismo, por el contrario creen que ese sistema, y el mercado como su corazón, ha sido el gran aliado de la emancipación femenina por posibilitarles un ingreso, una cuenta bancaria y una independencia financiera de los varones que antes no existía. Aún así se cubren con una bandera y buscan ganar lugar dentro de un espacio político que no pocas veces se anunció como enemigo del feminismo, que descree y denosta que exista algo parecido a una agenda de género o cualquier herramienta que haga especial hincapié en los derechos, los deseos o situaciones de las mujeres. En definitiva, son mujeres que se interesan por la economía, que ven en el mercado un aliado, y que buscan un lugar en la política en espacios en los que se ven representadas porque hablan de lo que ellas quieren. Aunque estos espacios sean abiertamente antifeministas y misóginos. Son mujeres que eligieron un camino difícil. O, como define Melina, “encuentran en la palabra feminismo una posición en un campo complejo. Entonces, reponer toda esa complejidad para nosotras fue una apuesta y lo sigue siendo”.

Las investigadoras hicieron converger los temas que las ocupaban en uno común: quiénes son, qué hacen, qué edades tienen, qué piensan, las mujeres de las nuevas derechas. (Julieta Bugacoff)

Pero quiénes son

En la que para ellas fue la escena inaugural del trabajo de campo que permitió la investigación volcada en el libro, el panel de las libertarias del 8M en la Legislatura, Carolina y Melina identificaron a mujeres de diferentes edades, por eso decidieron trabajar con tres generaciones e identificar los puntos en común entre ellas, y también qué las hace definirse feministas a quienes se nombran así.

—Están las señoras liberales, como las llamamos en el libro —cuenta Carolina—, que tienen alrededor de 60 años, son mujeres de clase acomodada, muchas viven del campo. Ellas no se definen como feministas, es un significante que les resulta muy ajeno, sigue siendo una mala palabra, pero sí se presentan como rebeldes respecto de los mandatos con los que fueron educadas, como dedicarse a su hogar, a su familia. Todas ellas militan. Se divorciaron. Algunas son profesionales, otra nos contaba que quería ir a la universidad y no pudo porque en su familia a la universidad iban los varones. Después hay una generación intermedia, de alrededor de 35 años. Muchas de ellas van a universidades nacionales, también eso nos interesó. Trabajan para vivir, tienen otra posición de clase, se sintieron muy interpeladas por el Ni Una Menos, por el debate del aborto, incluso alguna participó de algunos espacios feministas de sus propias universidades. Lo que sí sintieron es una gran distancia con lo que llaman “la cooptación partidaria de la agenda”. Cuando iban a la marcha del Ni Una Menos, al comienzo, y se gritaba “Macri, basura, vos sos la dictadura” y ellas tenían una sensibilidad política más vinculada al macrismo, dejaban de participar, directamente. Y después las más jovencitas que tienen alrededor de 20 años, que ingresaron a la política en la pandemia, que tienen trabajos más precarizados porque son más jóvenes, algunas están estudiando en la universidad, otras dejaron por cuestiones económicas y a todas ellas las marcó fuertemente el debate del aborto, porque sucedió mientras estaban en la secundaria. Todas tienen algo que decir sobre aborto y eso para nosotras fue muy impactante. Ese debate las atravesó, independientemente de su posición, como una clase de educación cívica a cielo abierto: escuchar a los legisladores, saber los días que se sesionaba, saber que hay argumentos que se plantean dentro del Congreso y que a partir de ahí se votan las leyes, que pasan por diferentes cámaras. Fue muy importante para las generaciones más jóvenes.

Para acercarse a ellas, contarles sobre su investigación y conocer de dónde provenían, qué pensaban, qué puntos de la agenda de género defendían y por qué militaban en un espacio político con una posición tan opuesta a sus credenciales de género, las investigadoras comenzaron a asistir a sus reuniones, conversaron con ellas, las entrevistaron y compartieron sus actividades políticas tanto en la esfera pública como privada, así como sus quehaceres cotidianos, durante más de un año.

—Fuimos a charlas, encuentros, las analizamos en redes sociales, aunque no son el principal terreno de su activismo —explica Melina—; por eso también hacemos una observación, porque ahí no se ve todo, se ve solo una parte. Está bien estudiarlas, pero quien crea que va a comprender la complejidad del mileísmo a través de las redes sociales para nosotras se va a encontrar con una sorpresa porque hay muchas cosas que pasan por detrás. Y estas mujeres no solo se encuentran ahí, si no únicamente se ven las Lilias Lemoines, con las que tienen sustantivas diferencias. También la idea de que hubiera dos mujeres haciendo un estudio sobre el feminismo liberal para ellas fue objeto de interés y entusiasmo, y estuvieron totalmente pendientes durante todo el proceso a ver qué pasaba con el libro, si quedaban sus testimonios. Querían que pusiéramos sus nombres y apellidos, nosotras optamos por dejar solo sus nombres porque también ellas fueron muchas veces objeto de controversias, de doxeos en redes sociales por parte de los varones de sus propios espacios políticos, entonces quisimos cuidarlas. Solo dejamos los apellidos de las mujeres que son públicas como Gloria Álvarez o Antonella Marty, que son además las autoras con las que ellas se forman.

Para la mayoría de estas mujeres los libros y las ideas son pilares fundamentales. Según explica Melina, conocer sus bibliotecas es elemental para entenderlas.

—Ellas mixturan entre las lecturas liberales clásicas, que comparten con otros mundos, como [Murray Newton] Rothbard, la escuela austríaca, Laje, Milei, con una biblioteca feminista donde encontramos lecturas que nos tomaron por sorpresa, como Simone de Beauvoir, a quien leen, discuten y de la que se apropian en sus términos. Y también están las lecturas que expresan lo que para ellas es el feminismo liberal: autoras como Gloria Álvarez, Antonella Marty o María Blanco. María Blanco tiene un libro que se llama Afrodita desenmascarada, donde hace una apuesta por definir al feminismo liberal. Entonces, para ellas los libros y los grupos de lectura no son prácticas por fuera de lo que hacen. Ellas miran los programas de algunas de las carreras que estudian para ver si hay mujeres o si hay lecturas liberales. Arman grupos de lectura como parte de su repertorio de acciones militantes. De hecho, uno de los diagnósticos que hacen dentro de los mundos liberales es “Nos faltan mujeres” y ese diagnóstico encontró una de sus respuestas armando grupos de lectura para nuclearlas. Los libros son un sustrato importante. Entonces, saber que iban a quedar reflejadas en uno fue algo muy relevante para ellas. De hecho lo presentamos con ellas, lo hicieron circular, lo colocaron en un evento liberal del que fueron parte donde también generó resistencias entre algunos de los varones que les decían: “¿Qué es este libro? ¿Ustedes hablan de feminismo? ¿Qué es esto?”. Un libro acerca de ellas que contenía la palabra feminismo también causó controversia dentro de sus mundos. Eso para nosotras es parte de la reflexión.

Las feministas liberales, y aquellas que adhieren a las nuevas derechas sin definirse feministas son, en su mayoría, mujeres que se interesan por la economía, que ven en el mercado un aliado y que buscan un lugar en la política en espacios en los que se ven representadas aunque sean abiertamente antifeministas. (Julieta Bugacoff)

Una agenda propia

Tienen diferentes edades. Viven en diferentes puntos del país, e incluso de la región. Pertenecen a diferentes clases sociales. Tienen diferentes trayectos políticos: algunas nacieron en familias liberales y jamás se movieron de esos límites, otras llegaron desde un progresismo que no llenó sus expectativas o las dejó de representar, otras apenas se están asomando a esos espacios. Algunas se reconocen feministas y otras no. Todas adhieren a ideas liberales (quizás no a las mismas en todos los casos) y a algunos de los puntos de la agenda feminista más “clásica” o “progresista”, o a las luchas debajo de ellos para las cuales defienden otros caminos. Ellas unieron esos puntos que les hacen sentido en un “decálogo del feminismo liberal”.

—Es como un documento en donde ponen algunos acuerdos a los que incluso adhieren las mujeres más grandes que no se dirían feministas —explica Carolina—. El primer punto de ese decálogo establece que “Nadie tiene el monopolio de la representación de las mujeres”, un poco discutiendo esta idea de que hay ciertas posiciones feministas que creen representar a la totalidad de las mujeres, posiciones de las que ellas se consideran afuera. Un segundo punto tiene que ver con que lo que empodera a las mujeres es el mercado, la posibilidad de tener autonomía económica. Ellas se forman y dan cursos y discuten sobre educación financiera, ya que un gran problema de las mujeres es justamente no poder manejar sus bienes, no disponer de su dinero, no saber cómo negociar un sueldo, cómo armar un negocio, cómo emprender. Entonces, empoderarse en el mercado es un elemento importante. En relación a eso, son muy críticas de lo que denominan “el victimismo estatista”, es decir, pedirle al Estado que cuide a las mujeres por estar en desventaja. Ellas militan el achicamiento del Estado, les parece que el Estado se ensanchó innecesariamente durante el kirchnerismo y están de acuerdo con la motosierra, incluso si se lleva puesta el Ministerio de las Mujeres. Ahí se ve parte de la sensibilidad de los espacios liberal libertarios que integran. Y hay un elemento que no está en el decálogo pero que nosotras reconstruimos: le dan un gran valor a la idea de mérito, piensan que cualquier persona que ocupe un cargo público tiene que estar por mérito propio, incluyendo a las mujeres, y no por ser hermana de, amante de, por ser atractiva.

“Yo quiero estar ahí por mis ideas y no por mis tetas”, cuentan que les dijo una de las mujeres que participó de la investigación y aspiraba a ser la primera intendenta de la ciudad de San Juan. Ellas no quieren que les regalen nada. Por eso se forman. Leen, discuten, participan.

—Con las leyes de paridad de género —sigue Carolina— tienen posiciones complejas, porque ellas adhieren a esta idea del liberalismo de “somos todos iguales ante la ley”, y estas acciones afirmativas dan una falsa sensación de justicia, pero a la vez saben que sin esas leyes no podrían llegar. Sobre todo las mujeres que entrevistamos de algunas provincias del norte que definen a sus climas políticos como un feudo. Entonces, en términos teóricos las rechazan, pero en la praxis política saben que es importante alguna norma que les genere un espacio, aunque critican a las mujeres públicas de La Libertad Avanza justamente porque consideran que no están ahí por un mérito propio.

La agenda de las feministas libertarias tiene otros pilares y objetivos que la de las feministas progresistas, pero debajo de los titulares de esas metas aquello que las impulsa tiene puntos comunes. Lo que buscan, principalmente, es “empoderarse en política, empoderarse en el mercado laboral y en la agenda económica”, dice Melina.

—Y ahí ellas proponen una conversación bastante novedosa, pero con muchos aires de familia. Que va desde Mercedes D’Alessandro hasta Luci Cavallero, desde las académicas, intelectuales o funcionarias, hasta las influencers que hablan de cómo las mujeres tenemos que llevar adelante las finanzas, desde Flor Freijó hasta Laura Visco. Entonces, la pregunta por la relación entre mujeres, feminismos y la agenda económica no es exclusiva de ellas. Lo que pasa es que ellas dicen algo que por ahí eriza un poco los pelos en otros mundos ideológicos que es: “el capitalismo es el mejor amigo de las mujeres”. Cuando lo dicen causa escozor y tiene una gestualidad provocadora también, como dando a entender: “Bueno, si ustedes se dicen anticapitalistas, nosotras amamos el mercado”. Que tampoco todas las feministas son anticapitalistas, eso tratamos de decirlo en el libro, pero ellas dicen: “El capitalismo nos dio herramientas porque tener una cuenta propia fue un cuarto propio para las mujeres, porque tener independencia patrimonial fue una batalla ganada”. También discuten sobre el rol que tienen los electrodomésticos en la independencia de las mujeres de las tareas del hogar —algo de lo que habló Camille Paglia [N. de la R.​ una intelectual y crítica social estadounidense]—. Tienen una conversación que podríamos encontrar en otras raíces, en otros hilos.

Pese a las agendas y definiciones propias, Carolina y Melina aseguran que estas mujeres también reconocen aspectos del feminismo “progre”, como la capacidad organizativa, la lucha por el aborto a las que muchas adhirieron —y siguen adhiriendo—, la mística. De una u otra forma se vieron atravesadas por la historia reciente del feminismo y sus conquistas con las que, aunque pongan énfasis en diferenciarse, tienen puntos en común.

Aunque la agenda de las feministas liberales tenga otros pilares y objetivos que la de las feministas progresistas, debajo de los titulares de esas metas, aquello que las impulsa tiene puntos comunes. (Julieta Bugacoff)

Habitar la incomodidad

Si hay algo que flota alrededor del libro, como rayos que advierten alto voltaje, es la incomodidad. Una que las investigadoras atraviesan y transmiten, que las habitó y las habita en este recorrido; a ellas, a sus protagonistas, a sus colegas de la comunidad académica, a las feministas progres y probablemente a la mayor parte de los lectores y lectoras. La incomodidad que genera poner bajo un chorro de luz a un grupo de mujeres que no había sido visibilizado y viene a sacudir o a llenar de nuevos significados, preguntas e ideas un concepto que descansaba cómodamente en las banderas de la fila más gruesa del movimiento de mujeres. Una incomodidad de la que ellas se valieron para promover las preguntas, la reflexión, el debate y el entendimiento de las diferencias.

Si el mundo fuera un gran alfajor Blanco y Negro, ese espolvoreado con maní tan popular en los 90, es decir, si efectivamente estuviera dividio en dos lados diametralmente opuestos, las que están del lado más invisibilizado, que este libro pone en el centro, también son las que se impusieron una tarea doblemente desafiante: a la dificultad que implica, como mujer y feminista, hacerse escuchar y ocupar un lugar en espacios políticos más o menos afines, más o menos permeables a esas ideas, ellas le suman la que implica intentarlo en uno que se declara abiertamente y acérrimamente opuesto al feminismo y a todo lo que lo rodea. Sin embargo ahí están. Intentando derribar un enorme muro de hormigón macizo con las manos. Intentando hacerse un sitio dentro de un partido por el que se ven ideológicamente representadas, aunque saben que ese espacio desprecia el concepto con el que muchas de ellas se identifican.

Y esa es otra conclusión a la que llegaron las investigadoras.

Hacer política para las mujeres es difícil, no importa dónde milites —sentencia Melina—. Y es muy difícil no identificarse con mujeres que vivieron abortos, personales o de amigas, que vivieron discusiones donde tuvieron que encontrar argumentos para justificar por qué estaban ahí, que tuvieron que romper con sus familias, explicar que no eran putas, sino que que querían participar de la política. Al final del día votamos cosas muy diferentes pero hay una experiencia común que el libro también quiere poner de manifiesto. Mostrar que un montón de mujeres que estaban en otro lado que ni nos imaginábamos también fueron interpeladas por el debate sobre el aborto, por ejemplo. Tal vez están en contra, pero les abríó un signo de pregunta. Porque hay debates públicos y políticos que permearon todas las conversaciones. Aunque digamos “esta queda a un lado, esta queda al otro”, no pasaron inadvertidos.

Quizás el mundo no es un gran alfajor Blanco y Negro. Quizás se parezca más a el yin y el yang, donde cada lado contiene una fracción del opuesto. Esas fuerzas antagónicas que se complementan.