La historia olvidada de la culta y valiente Catalina de Aragón, primera víctima del perverso Enrique VIII

0
5

Enrique VIII y Catalina de Aragón, su primera esposa

Las feministas sostienen que las mujeres fueron invisibilizadas a lo largo de la historia. Es una afirmación que demasiadas excepciones desmienten. Es también un reduccionismo, porque mucha gente fue invisibilizada por razones ajenas al género. Sin embargo hubo en los vínculos entre España e Inglaterra una mujer culta y valiente, amada y respetada por sus contemporáneos, que sí fue opacada y olvidada por la historia.

Se trata de Catalina de Aragón, primera esposa del rey de Inglaterra Enrique VIII, el “Barba Azul” que tuvo seis esposas de las cuales decapitó a dos. Catalina se casó con Enrique en 1509 y éste se divorció de ella tras 24 años de matrimonio y previa ruptura con la Santa Sede y cisma de la iglesia de Inglaterra.

En contraste, es mucho más conocido el nombre de Ana Bolena, la joven con la cual se encaprichó el rey inglés Enrique VIII, al punto de repudiar a Catalina, su esposa legítima, enemistarse con el Papa y fundar una nueva Iglesia -la anglicana- separada de Roma.

Enrique VIII y Ana Bolena (Wikipedia)

Hay casos en los que el mito o la fama de ciertos personajes históricos no guarda relación con la realidad. No es el caso de Enrique VIII. El esposo de Catalina merece pasar a la historia como uno de los reyes más perversos, malvados y maltratadores. Se cree que el cuento de terror infantil Barba Azul -sobre un poderoso señor que asesinaba a sus sucesivas esposa para casarse con la siguiente- está inspirado en su historia. A los 17 años subió al trono por la muerte de su hermano mayor y se casó con su viuda, Catalina de Aragón. Más de dos décadas después, se encaprichó con una de las doncellas de su esposa, Ana Bolena. Pero ésta, inteligente y ambiciosa, no aceptó convertirse en amante del Rey y lo presionó para que repudiara a su esposa. Como el papa Clemente VII no lo autorizó a divorciarse, Enrique VIII rompió relaciones con el Vaticano y creó una nueva iglesia -la anglicana.

El personaje de Ana Bolena ha atraído más la atención que el de Catalina de Aragón, la reina que con gran dignidad y coraje soportó la humillación pública y el repudio de Enrique VIII y que, pese a sus méritos, es casi ignorada. Por ejemplo, entre las cosas poco sabidas o poco presentes está el hecho de que esa esposa repudiada por el rey inglés era la hija menor de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando; hermana de Juana de Castilla (Juana la Loca) y tía del emperador Carlos V. Catalina de Aragón había recibido una educación muy completa y elevada. Era una de las mujeres más cultas de su época: se carteaba con el filósofo Erasmo de Rotterdam, fue por su impulso que Juan Luis Vives escribió La Educación de una mujer cristiana (libro innovador que defendía el derecho de todas las mujeres a la educación) y fue amiga de Tomás Moro.

Retrato de la Infanta Catalina de Aragón, c. 1496 por Juan de FLANDES

William Shakespeare hizo justicia con esta Reina en una de sus tragedias, titulada justamente “Enrique VIII”, donde refleja el coraje con el que enfrentó el maltrato al que la sometió su esposo.

Inteligente, valiente y decidida, era un verdadero cuadro político, como lo había sido su madre, Isabel de Castilla, más conocida como Isabel la Católica.

Catalina fue muy respetada y amada por los ingleses que en cambio nunca aceptaron a Ana Bolena. En el año 1613, cuando aún no se había cumplido un siglo de la muerte de Catalina de Aragón (1536), William Shakespeare escribió —o coescribió dicen algunos— una pieza teatral sobre el rey Enrique VIII, donde recrea los debates que se dieron en Inglaterra cuando Enrique quiso repudiar a Catalina; momentos dramáticos en la vida de ese reino.

En el estudio preliminar a las Obras Completas de William Shakespeare (Aguilar, 1972), Luis Astrana Marín dice que el célebre dramaturgo inglés “hace justicia con una imparcialidad de que no hay ejemplo en la misma historia”. Y afirma que en esa obra teatral se ve “delineada la figura del rey en toda su hipocresía, como príncipe inflexible, de autoridad absoluta, cruel, tirano, violento, injusto, rapaz, testarudo, lujurioso, arrogante, caprichoso y presumido”. “En contraste con toda aquella pobre Corte, (se ve) la estatura colosal de Catalina”, agrega.

Catalina hablando ante la corte que pretendía declarar ilegítimo su matrimonio con Enrique VIII

Pero tal vez por esa atracción del público hacia lo retorcido, son las figuras de Enrique y Ana Bolena las que más han concentrado la atención del cine y las series, un interés recientemente renovado, a veces con poco apego a la historia.

Sin embargo, la vida de Catalina, su destino trágico y el modo en que lo enfrentó no carecen de atractivo ni de aspectos novelescos.

Bajo el reinado de Isabel y Fernando, España se había fortalecido y prestigiado enormemente ante el mundo, de modo que cuando los Reyes Católicos recibieron la solicitud de Enrique VII de Inglaterra de una esposa para el heredero al trono inglés —que no era el futuro Enrique VIII, sino su hermano mayor, Arturo—, tal alianza era tanto o más ventajosa para los ingleses que para los españoles. Ligarse con la casa de Trastámara era muy atractivo para la dinastía Tudor, recién establecida en el trono y todavía cuestionada en su legitimidad. La monarquía Tudor no había sido oficialmente reconocida aún por todos los demás reinos, mientras que la Casa de Trastámara era la más prestigiosa en Europa.

Había un elemento más a favor de esa unión: Isabel la Católica era nieta de Catalina de Lancaster, es decir estaba emparentada con la casa real inglesa. Por eso había bautizado Catalina a su última hija. Posiblemente ello explica la tez blanca y el cabello claro de Isabel y de Catalina quien, según los testigos de la época era la que más se parecía físicamente a su madre. En concreto, Catalina tenía casi más derecho legítimo al trono inglés que su futuro marido.

Isabel la Católica, madre de Catalina, era nieta de Catalina de Lancaster

A través del matrimonio de sus hijos, los reyes Católicos estaban desarrollando una red de alianzas para aislar a Francia: Juan (prematuramente fallecido) y Juana se unieron con los Habsburgo; Isabel y María, con Portugal y por último Catalina, con Inglaterra.

Esa conciencia de ser un elemento más en la política de alianzas de sus padres en Europa no abandonó nunca a Catalina. Sus padres la habían educado para el poder. Isabel se ocupó personalmente de que sus hijos tuvieran los mejores profesores. Pero lo esencial en su formación fue el ser testigos del gobierno de sus propios padres.

Además de tener una sólida instrucción religiosa y una fe tan inquebrantable como la de su madre, Catalina aprendió oratoria, gramática, aritmética, literatura, historia, derecho, filosofía, religión y teología. Hablaba varios idiomas (latín, griego, francés…) aunque no inglés, que no era entonces un idioma internacionalmente relevante. Su erudición era excepcional para la época.

Con sólo 15 años de edad, en agosto de 1501, la joven emprendió el viaje hacia Inglaterra. Imaginemos la situación: Catalina se separaba para siempre de su familia y llegaba a un país muy diferente al suyo en todo sentido pues había pasado sus años más felices en Granada (nació en 1485), cuando sus padres completaron la Reconquista de España; el contraste no podía ser mayor.

Medallón ornamental con las iniciales H y K, por Enrique y Catalina

Para colmo, cinco meses después del matrimonio con Arturo, el joven príncipe de Gales enfermó y murió. Catalina quedó viuda y en un extraño limbo jurídico y político. El rey Enrique VII no quería renunciar a la alianza con España y finalmente negoció que Catalina se casara con el nuevo heredero al trono, Enrique, pero como el príncipe tenía sólo 11 años, ella debió esperar hasta 1509 para casarse. Entretanto, el Tudor se negaba a mantenerla y Catalina debió vivir de modo extremadamente austero durante todos esos años, en los que actuó como embajadora para la Corte española ante Inglaterra, algo inédito en toda Europa para una mujer.

Se casó con Enrique VIII el 11 de junio de 1509, siete años después de la muerte de Arturo. Catalina tenía 23 años y Enrique casi 18. Unos días más tarde, el 24 de junio, Enrique VIII y Catalina de Aragón fueron coronados juntos por el Arzobispo de Canterbury.

Cuando ocurrieron los hechos más conocidos de su historia —la traición de Enrique y su empecinamiento en divorciarse— Catalina llevaba 24 años reinando junto a su esposo, tiempo en el que se había ganado el aprecio del pueblo inglés y el respeto de su élite. Hasta su enemigo Thomas Cromwell (entusiasta promotor de la ruptura con la Iglesia Católica) dijo de ella: “Si no fuera por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la historia”.

Enrique VIII y sus seis esposas

Catalina era activa en el sostén a estudiantes y en el mecenazgo a artistas e intelectuales renacentistas. Puso en primer plano la educación de las mujeres, organizó obras de caridad para auxiliar a los pobres e intercedió varias veces ante su esposo (adicto al corte de cabezas) para obtener clemencia en favor de condenados.

Enrique la quiso y la reconoció como una valiosa consejera. Incluso la nombró Regente en 1513, cuando viajó a Francia y estuvo seis meses ausente. En ese período los ingleses fueron atacados por los escoceses y vencieron en la batalla de Flodden Field. Catalina estuvo a la altura de las circunstancias.

Pero su influencia sobre Enrique empezó a declinar a medida que la pareja no pudo asegurarse un heredero varón. Catalina dio a luz seis hijos durante su matrimonio con Enrique pero de ellos solo una sobrevivió: la futura reina María Tudor.

El Rey no quería ser sucedido por una mujer, pensaba que eso era un factor de inestabilidad. Esa preocupación pesó en su decisión de repudiar a Catalina y casarse con Ana Bolena.

Pero para ello, tuvo que romper con la Iglesia Católica porque el Papa se negó a anular su matrimonio. Además, apeló al abyecto argumento de que había violado un precepto religioso al casarse con la viuda de su hermano. Para ello, negó lo que antes había aceptado: que el matrimonio entre Catalina y Arturo no se había consumado.

No le ahorró humillaciones a la “reina española”, como la llamaban. La sometió a un juicio. El 21 de junio de 1529, Catalina se presentó ante el tribunal solo para decir lo suyo y retirarse, rechazando el derecho de esa corte a juzgarla: “Para mí, este tribunal no es imparcial. No permaneceré aquí”.

Pero antes le dirigió estas palabras a su marido: “Señor, os suplico por todo el amor que ha habido entre nosotros, que me hagáis justicia y derecho, que tengáis de mí alguna piedad y compasión, porque soy una pobre mujer, una extranjera, nacida fuera de vuestros dominios. No tengo aquí ningún amigo seguro y mucho menos un consejo imparcial (…). Estos 20 años o más he sido vuestra verdadera mujer… (…) Me asombra oír qué nuevas invenciones se inventan contra mí, que nunca procuré más que la honorabilidad…”

El arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio del rey con Catalina en 1533.

Catalina de Aragón implorando la piedad de su esposo Enrique VIII

Enrique VIII recluyó a su esposa repudiada en castillos cada vez más alejados, le retiró todos sus títulos excepto el de “Princesa viuda de Gales”; le prohibió ver a su hija y tener todo contacto con el exterior. Al cardenal Juan Fisher, que se mantuvo fiel a Catalina y a Roma, lo condenó por traición y lo hizo decapitar.

En ese exilio interior pasó Catalina sus últimos años y murió a los 50, el 7 de enero de 1536.

El día de su funeral, Ana Bolena perdió un hijo varón, lo que no dejó de impresionar a su supersticioso marido.

Catalina fue sepultada en la catedral de Peterborough. Enrique no sólo no asistió al funeral sino que le prohibió asistir a su hija María.

“Dios mío, perdónalo tú a Enrique, porque yo no puedo”, había dicho Catalina en sus últimas oraciones.

Repasando su vida, resalta la injusticia de que esta Reina haya pasado a la historia sólo como la esposa repudiada de Enrique VIII. No era una mujer débil. Fue víctima de la traición de su marido. Pero aunque la relación de fuerzas le era totalmente desfavorable, no sólo defendió su dignidad como mujer y reina, sino también los intereses de su país de origen y los de la Iglesia.

La tumba de Catalina de Aragón, Reina de Inglaterra, en la catedral de Peterborough

Es posible que ésa sea, junto con la posterior rivalidad entre España e Inglaterra, una de las razones de la injusticia. La historia de Catalina de Aragón resalta el motivo poco espiritual del surgimiento de la Iglesia Anglicana. Enrique VIII no adhirió a los postulados de la Reforma; los utilizó para poner sus intereses particulares por encima de todo. Por otra parte, no es fácil para el orgullo inglés admitir que una de sus reinas más queridas era una española formada en el seno de esa monarquía que luego intentarían denostar mediante la difusión de la leyenda negra sobre la conquista y la colonización de América y de la imagen de un reino atrasado, oscurantista e inculto.

La obra de Shakespeare sobre Enrique VIII

Por lo tanto, hay que decir que la hija de Fernando e Isabel no fue invisibilizada por ser mujer, sino por ser española y católica. No obstante, si se quiere hacer justicia con las mujeres protagonistas del pasado -uno de los objetivos declarados del feminismo actual-, se debería empezar por reivindicar a Catalina de Aragón e impedir que la historia la presente nada más que como una víctima pasiva de la vileza de Enrique VIII.